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viernes, 13 de agosto de 2010

UAILO: EL LOBO Y LO SAGRADO EN LA CÉLTICA HISPANA, por Olegario de las Eras




Osos, cuervos, jabalíes... lobos. Para lo que el investigador moderno se representa como el «imaginario colectivo» de los pueblos antiguos, el animal habría constituido una fuente inagotable de elementos simbólicos, que se reflejan en las acciones rituales y en sus contrapartidas míticas. «Carácter psicopompo», «función lustral» «identificación con el animal en el contexto de ritos iniciáticos»... todo ello en parte verdad y en parte espejismo de la mente de los propios especialistas, quienes demasiadas veces proyectan su particular concepción del mundo y de lo sagrado. En realidad, el primer paso para intentar comprender qué era, qué significaba y cómo percibía el animal (o el bosque, el cielo o la noche) el hombre antiguo, inmerso en una Tradición todavía viva, sería penetrar en la medida de lo posible en los principios de esta Tradición. Así, y como ha señalado Marco (1987, 55-56), son dos las vías de aproximación posibles a un fenómeno de naturaleza sagrada: aquél que considera la religión como «un fenómeno social integral, es decir, como un universo de representaciones emanado del propio grupo humano» o concibiendo el hecho religioso como una realidad fundamentada en algo «objetivamente existente e irreducible a cualquier otra categoría de la experiencia humana». Evidentemente la segunda consideración es la que está más llena de contenido real. Sin embargo, la concepción de lo sagrado, por así decir, en el mundo de la Hispania indoeuropea (que abarcó la práctica totalidad de la Península, para desazón de algunos) nos remite a la religiosidad de la totalidad de la Céltica, que por las vicisitudes de todos conocidas sólo nos ha llegado de forma fragmentaria tras su muerte definitiva durante la Edad Media en su último refugio irlandés: sólo mediante una paciente labor de comparación con el resto del mundo indoeuropeo, enfocada desde diferentes ángulos, se ha comenzado a desbrozar el mundo de teónimos, ritos, mitos y figuraciones plásticas que las fuentes escritas y la arqueología nos ha proporcionado. Y es en este contexto de una Tradición cuyas claves internas desaparecieron con la muerte del último druida, de una vía hacia lo Absoluto cuyas puertas nos están completamente vedadas, en el que deberíamos intentar aprehender lo que significó el lobo, el uailo en lengua celta, para nuestros ancestros. Tarea difícil e imposible de reducir a los límites de un pequeño artículo. No obstante, vamos a presentar y a comentar algunos de los testimonios sobre el lobo y su relación con lo sagrado en el contexto de la Céltica hispana.
En la Península Ibérica son numerosos los testimonios de la relación del lobo con lo sagrado, y en concreto con las representaciones de ultratumba: es conocida su relación con el Vaelicus del santuario de Postoloboso, con toda probabilidad una variante de Sucellus, el conductor de los muertos, divinidad a la que se conectan las representaciones humanas con piel de lobo de la cerámica numantina y la noticia que nos describe los heraldos enviados por la ciudad de Nertóbriga, y Endovélico (*andei-uailo) (Marco 1993, 489-90, 497). Fernandez Escalante (1986, 24) comenta con relación a este aspecto del simbolismo del lobo y a cuenta de la caja funeraria de Villargordo (Jaén): «A dilucidar en suma si el totem lobuno, en éste o en otros casos, simboliza protección después de la muerte ó, por el contrario, destrucción, representada, aludida en el ansia devoradora, ansia insaciable, del legendario carnívoro. La intervención del cuervo en defensa del cuerpo ya Santo –es decir, glorificado, glauco, radiante– como símbolo de la garantía divina de inmortalidad para su alma, en el otro Mundo, y de su recuerdo glorioso –la segunda vida manriqueña– en éste de aquende, parece un dato a tenerse muy en cuenta para la más probable interpretación destructora, estrictamente marcial del insaciable carnassier». Por su parte, Almagro Basch (1979), en función del estudio de los bronces de Máquiz (véase más abajo) y de la representación de un lobo en el escudo de Minerva en el relieve de la muralla de Tarragona, niega el carácter totalmente maléfico del cánido. En realidad, estas diferentes aproximaciones al simbolismo del lobo no tienen por qué ser incompatibles si tenemos presente la multiplicidad de significados, multiplicidad posible en función de los diferentes planos o enfoques de su aplicación. Sobre esta cuestión véase Guenon (1969).
En el ámbito de la ciudad, a los nombres etimológicamete derivados del lobo (Luparia, Lyko, Lobetum...), se unen las acuñaciones indígenas pertenecientes a Ilteraka, Iltirta o Ilerda e Ilduro que en su reverso muestran representaciones de lobos como emblemas, así como las gentilidades cuyos radicales están relacionados etimológicamente con este animal como Lupercum, Luponicum y Vailicom. Peralta (1990, 56) sugiere, muy acertadamente, que estos etnónimos proceden de una divinidad o un antepasado mítico licomorfo, de probable carácter guerrero-iniciático, entidad guía de las Männerbunde de jóvenes guerreros que están en el origen de cada una de las diferentes etnias. Y en realidad, si el lobo estuvo ligado íntimamente a algún aspecto de la antigua espiritualidad indoeuropea, fue sin duda al mundo de las cofradías de guerreros y de los ritos de iniciación propios de la segunda función (sobre la función guerrera entre los indoeuropeos véase Dumézil 1990).
Efectivamente, va a ser en el ámbito de estas cofradías guerreras indoeuropeas donde se producirá, durante el transcurso de la celebración de ciertos ritos, una identificación entre ciertos elementos psíquicos del joven guerrero y un elemento, cuya transposición simbólica es el lobo en algunos de sus aspectos más desordenados, salvajes u oscuros (cabría decir infernales, en el sentido de ínferos, relacionados con los aspectos prepersonales del yo y no, por supuesto, en ninguna de las acepciones de sello cristiano) que era susceptible de permitir al joven una aprehensión de conocimientos de naturaleza espiritual y devenir de esta forma un «renacido». Estos ritos se celebraban en coincidencia con el periodo del solsticio invernal, relacionándose estos procesos de doble nacimiento y liberación con el renacimiento solar anual, en tanto que el sol constituía el símbolo del Principio espiritual del cual todo surge. No se trataba de zoolatría ni de totemismo, sea cual sea el sentido que se quiera conceder a este término, ni de identificaciones místicas con un presunto espíritu del animal, sino que el lobo (como ocasiones concretas el oso o el jabalí en iniciaciones correspondientes a la primera función, ya sea en su aspecto sacerdotal como en el real, Guénon 1969, 146-47) se constituía en el símbolo de una energía interior que era evocada por el joven y cuya violencia y ruptura de límites se relacionaba analógicamente con la naturaleza del lobo. La clara conciencia de la íntima conexión de todo lo manifestado, que tan bellamente se expresa en el canto de Aimirgin del Leabhar Ghabbala o en el Kat Goddeu de Taliesin, permitía vivir a nuestros antepasados en un mundo donde la transformación de una realidad profana en un símbolo sacro resultaba un proceso imperceptible. No existió un dios-lobo al que adorar, sino una potencia interior que encarna en el lobo y que el hombre debe evocar y dominar.
En el mundo de la Céltica hispana las fuentes nos presentan numerosos indicios, aunque eso sí, nunca expresos, sobre la presencia de estas cofradías de hombres-lobo. Silio Itálico refiere el caso del cántabro Larus y sus compañeros (pubes caterva la denomina el romano), Männerbund de jóvenes celtas que se inmolan fieles a las leyes de la fides y la devotio con el furor de lobos salvajes. Como recuerda Peralta (1990, 60) «...los citados guerreros cántabros o celtíberos con pieles de lobo, el origen indoeuropeo de los principales pueblos hispanos y, sobre todo, el característico comportamiento que puede apreciarse entre los lusitanos, celtíberos, galaicos, vettones, astures y cántabros, aferrados a unas costumbres guerreras que lanzaban a su juventud en bandas-manadas, como en la vieja institución indoeuropea del ver sacrum, sobre las tierras más ricas de los pueblos sedentarios y urbanizados a fin de hacerse un lugar bajo el sol a golpe de espada, son suficientemente significativos y nos indican con claridad que los indoeuropeos hispanos no fueron una excepción a la hora de asociarse en bandas de guerreros adolescentes, asimilados a lobos por su comportamiento errático y depredatorio». Sobre las cofradías guerreras véase además del artículo de Peralta Labrador (1990) el magnífico y sorprendente libro de Fernandez Escalante Cofradías militares indoeuropeas en la frontera del Reino de Granada. La Alcaydía de los Donceles y el Arische Männerbund.
La estela cántabra de Zurita, localizada en las faldas del Pico Dobra en el que se rendía culto a Erudinus, divinidad que se ha relacionado también con el lobo, constituye la representación arqueológica más evidente del empleo de pieles de lobo en contextos rituales funerarios, probablemente una representación de la «heroización» de un guerrero muerto, a cuyo cadáver se aplica un rito de exposición (Sopeña 1987, 50). Otras representaciones interesantes serían las cuatro conteras de bronce que rematan cuatro cabezas de lanza de carro en forma de cabezas de lobo, una de las cuales es una cabeza janiforme, mitad hombre mitad lobo, con un torques al cuello, que se interpreta como una divinidad del tipo Sucellus asociada a los ritos de cofradías de hombres-lobo y que fue hallada en Máquiz (Jaén).
Comenzamos este artículo haciendo referencia a la muerte de la tradición céltica, sin embargo y para finalizar quisiéramos recordar también que son bastantes los elementos rituales y simbólicos, amén de los mitológicos, que se han preservado en el acervo cultural de nuestros pueblos, aunque, eso sí, privados del elemento espiritual que les proporcionaba su verdadero sentido y finalidad. Así, la investigación etnológica ha podido establecer la relación entre algunos grupos de jóvenes, protagonistas de ciertas festividades de carácter ganadero, como los zamarrones cántabros, con sus pieles de lobo, las caras pintadas de negro y sus vestimentas del mismo color, a semejanza del exercitus ferialis de los harii germánicos o de las Männerbunde iranias, así como de los grupos similares por toda la Península: zamarracos, gurrios, campaneiros, cigarrons, campanilleros... con las cofradías de jóvenes guerreros hispanocéltas. Y valdría la pena recordar también la festividad vasca del Otsabilko, el 1 de febrero dedicada al lobo, aunque en ésta la relación entre la comunidad y el lobo se desarrolla por cauces completamente diferentes, pues se trata de colectas de alimentos que son ofrecidos al lobo para aplacarlo: evocación, tal vez, del terror que sintieron las comunidades agrícolas vascas ante las depredaciones de los hombres-lobo indoeuropeos.

Olegario de las Eras

Referencias.

• Almagro Basch, M. (1979) «Los orígenes de la Toréutica ibérica», en Trabajos de Prehistoria 36.
• Dumézil, G. (1990) El destino del guerrero, Madrid.
• Fernandez Escalante, M.F. (1986) San Vicente, los cuervo y el Dios Luc. Córdoba.
• Guénon, R. (1969) Símbolos fundamentales de la ciencia sagrada, Buenos Aires.
• Marco Simón, F. (1987) «La religión de los celtíberos», en I Simposium sobre los celtíberos, Institución Fernando el Católico, Zaragoza.
• Marco Simón, F. (1993) «La religiosidad en la céltica hispana», en Almagro-Gorbea, M. y Ruiz Zapatero, G. (eds.) Los celtas Hispania y Europa, Madrid
• Peralta Labrador, E. (1990) «Cofradías guerreras indoeuropeas en la España Antigua», El Basilisco 3, 49-66.
• Sopeña Genzor, G. (1987) Dioses, ética y ritos. Aproximaciones para una comprensión de la religiosidad entre los pueblos celtibéricos, Zaragoza.

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