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martes, 25 de octubre de 2011

JUAN EDUARDO CIRLOT: Entre el símbolo y la llama, por Rodrigo Agulló

Reproducimos este excelente artigo tirado de "El Manifiesto" sobre unha senlleira figura: J.E.Cirlot . Entre outros autores, grazas a este home e da súa obra aprendimos e profundizamos na Sophia Perenne a través do mundo do Símbolo.
 

RODRIGO AGULLÓ

“A través de los siglos / entre la pompa y la fatiga de la guerra / me he esforzado, he combatido y he perecido mil veces […] con aspectos y nombres distintos / pero siempre era yo/ en la contienda eterna.”
General Patton (en el Film Patton, de Franklin J. Schaffner,1970)
Imaginemos a un jinete vestido de hierro, en un bosque oscuro por algún confín del norte de Europa. Errante en una tierra extraña, el caballero avanza entre árboles, pantanos y vestigios ignotos, y siente que sus verdades ceden ante otra realidad que se desvela con el poder de una experiencia visionaria. Imaginemos ahora a otro caballero muchos siglos después, vestido de traje y corbata, rodeado no de árboles sino de edificios de cemento, en un mundo tabulado donde, en vez de señales arcanas, se alza la civilización y sus reclamos gastados. Pero la llama interior que sostiene a este caballero es la misma, como los mismos son los misterios que proceden de la noche de los tiempos. La realidad sigue siendo una selva encantada que sólo se desvela para unos pocos. Como para el poeta, caballero medieval contemporáneo y aristócrata del espíritu Juan Eduardo Cirlot.
Durante mucho tiempo los poetas han sido predicadores, maestros, intelectuales comprometidos, consejeros sentimentales, estetas narcisistas o coleccionistas de filigranas. Juan Eduardo Cirlot fue un poeta de lo esencial. ¿Qué es lo esencial? Decía Jean Cau: “existe la guerra, la oración, el amor, el juego y la contemplación. Todo lo demás no son más que tristes necesidades”. Ni reformador social ni escribidor de primores –contrariamente a otros–, los temas de Cirlot son el serel no-serla vidala muerteel tiempolo sagradoel eterno retorno. Su poesía tiene un valor de invocación o letanía. Es la aspiración a un absoluto, la nostalgia de un Centro perdido. Su obra es un fruto insólito entre la creación poética española de posguerra, muy dominada por un esteticismo intelectualista deshumanizado o por la llamada “poesía social”.
Conviene subrayarlo: Juan Eduardo Cirlot forma parte de una corriente que sólo muy escasamente ha asomado en nuestras letras: esa tradición de carácter visionario que penetra en el mundo del misterio, de lo oculto, de los sueños, que se remonta a la antigüedad clásica y medieval, que retoman William Blake, Hölderlin, Novalis, Poe, Nerval, Wagner, los prerrafaelistas ingleses, y que expresa una sensibilidad característica de los mundos céltico y germánico. No en vano –¿casualidad o leyes de sincronicidad y convergencia?– los principales cultivadores en lengua castellana de esta corriente, o bien procedían de la parte céltico-galaica de la península –Vicente Risco, Álvaro Cunqueiro, Torrente Ballester– o bien tenían sangre celta o germana en sus venas, como Gustavo Adolfo Bécquer, Jorge Luis Borges y Juan Eduardo Cirlot, este último con antepasados irlandeses y bretones entre los que se cuenta un linaje de soldados. El espíritu sopla donde quiere.
Son datos significativos. De sus antepasados militares –españoles y británicos–Cirlot hereda un sentir heroico que incorpora en su quehacer poético.[1] Y de sus ancestros de la cornisa gaélica asoma en Cirlot esa tensión singular que imanta el espíritu –como si de una brújula se tratase– siempre hacia el Norte. Se trata de una particular disposición anímica que en algunos adquiere el vértigo de una revelación, y que el escritor C. S. Lewis describía así:
“El ‘Nordismo’ en estado puro se apoderó de mí: una visión de grandes y claros espacios sobre el Atlántico, en el crepúsculo interminable del verano nórdico, lejanía, severidad […] y al instante supe que yo ya conocía esto desde hacía mucho tiempo […]. Sigfrido pertenecía al mismo universo que Baldur, que las grullas que vuelan en dirección al sol […] y con esa zambullida en mi propio pasado se alzó de nuevo, como un ataque al corazón, la memoria de la Alegría que una vez tuve y que durante años había perdido.”[2]
La poesía de Juan Eduardo Cirlot –muy especialmente su obra central, el ciclo de Bronwyn–  es entre otras cosas un himno a ese Norte, una inmersión en la música sombría y formidable de ese mundo céltico, galés, irlandés, altogermánico, escandinavo e islandés. Una música áspera y metálica de brumas, piedras y espadas, de runas, espirales y mágicas cosmogonías, que si también habita nuestro idioma lo es gracias al autor de La Dama de Vallcarca.  
Juan Eduardo Cirlot fue mucho más que un poeta. Su vida transcurrió en Barcelona entre 1916 y 1973. Desarraigado de su entorno, siempre manifestó que no se identificaba con el tiempo presente, y que hubiera preferido vivir en otra época. Sin embargo –y paradójicamente– no hubo en la España de aquellos años un crítico más agudo, ni un oteador más perspicaz de todas las experimentaciones y vanguardias que en el arte del siglo XX conformaron eso que vino en llamarse modernidad. Músico dodecafónico, teórico de la abstracción y del surrealismo, cómplice de André Breton y figura central de Dau al Set, como crítico de arte Cirlot impulsó la agitación vanguardista de su época, exploró todos los ismos habidos y por haber –su Diccionario de los ismos es prueba fehaciente–, y diseccionó como nadie el estilo del siglo XX. Pionero de la reincorporación de España a las corrientes estéticas de Europa y Occidente, fue uno de los que más hicieron para expandir el horizonte cultural de la península tras una época de guerra, penuria y aislamiento.
Indiscutiblemente a Cirlot le sobraban condiciones para convertirse en figura de culto entre aquella “izquierda divina” barcelonesa de los años sesenta. Pero algo no encajaba. Pese a su protagonismo en la vida intelectual de la época el autor catalán nunca dejó de ser un desarraigado, un marginal. Absolutamente libre, ajeno a modas y reconocimientos, una autosuficiencia aristocrática parecía alejarlo y su obra poética sólo tuvo, en vida, una difusión minoritaria. Cirlot pertenecía a otro mundo…
Más allá del poeta, del crítico de arte y cine, del musicólogo, hay un Cirlot interesado en las disciplinas herméticas, el esoterismo y la magia, un estudioso que por la vía del surrealismo enlazó con la mística, el ocultismo y la simbología. De hecho el estudio de los símbolos –su Diccionario de símbolos es referencia mundial en la materia– tendrá una importancia central en su poesía, en cuanto ésta aspira a vehicular una explicación simbólica del universo. Cirlot fue, más que un intelectual, unsabio. Mal podría encajar entre una progresía de esnobs y saltimbanquis de la cultura.
“Lo propio del simbolismo –señala Cirlot– es tender puentes verticales. El símbolo no se detiene en la comunicación, sino que es de un lado una vivencia, y de otro un medio de conocimiento. El gran proceso simbólico se produce cuando se trata de lo trascendente, y la simbología es, ante todo, una ciencia de la trascendencia”.[3] Tender puentes verticales. He ahí el empeño central de la poesía de Cirlot. Para Cirlot, “frente al materialismo del mundo moderno puede encontrarse un sentido místico de los ismos, aunque se tratase de una mística heterodoxa”. Su poesía transita el terreno de lo sagrado. Lo real es para él “lo que está más allá de lo palpable: la esencia, el “ser” que se halla en el plano de lo sagrado, donde transcurre su verdadera vida. Esto le mantiene en una lucha titánica con la concreta realidad exterior”.[4]
El pensamiento de Cirlot está influido por la filosofía de Heidegger, por Nietzsche y por los presocráticos. “La palabra –señala Clara Janés– tiene en Cirlot un carácter revelador, se convierte en intermediaria entre Dios y la finitud del hombre, hace que lo nombrado adquiera la existencia, lo que no es nombrado no existe”. Porque si en nuestro mundo lo sagrado desaparece es porque los hombres ya no saben nombrarlo. Lo religioso –en palabras de Heidegger– no es destruido por la lógica, sino porque el Dios se retira. La misión del poeta –señala el filósofo en su estudio de Hölderlin– es contribuir al desvelamiento del mundo, decir la palabra esencial, aquella que denomina al ente por lo que es, porque el habla es la casa del ser y la poesía es la instauración del ser con la palabra.
Decía Cirlot: “mi poesía es un esfuerzo por encontrar el umbral de la ultrarrealidad […] Y luego intento que esa poesía sustituya en mí lo que el mundo no es y no me da”. Restauración de lo sagrado en la que el poder de la palabra es decisivo, porque –como la mitología y la mística siempre han sabido– el nombre no sólo designa, sino que también esese mismo ser. Y si el lenguaje opera por vía racional también lo hace por vía intuitiva, y las palabras están llenas de posibilidades mágicas: el poder evocador de las aliteraciones, de las onomatopeyas, las permutaciones y técnicas combinatorias, los ritmos y las disposiciones arquitectónicas imaginativas y fantásticas que pueblan los poemas de Cirlot y les confieren un carácter de ventanas al más allá.[5]
Preocupación esencial de Cirlot es el Tiempo, esa barrera que hace que todo lo existente se convierta de inmediato en ausencia, que la vida sea una sucesión de carencias. Poeta nietzscheano, Cirlot invoca al eterno resurgir. Sus obras discurren entre dos polos principales: el ser-dejando-de-ser y el renacer eternamente. Y para ello el poeta acomete la destrucción del tiempo: evocación de épocas pasadas, nostalgia de lo arqueológico, evocación de personajes míticos, identificación de sexualidad, muerte y resurgir. Pero la auténtica clave en esa disolución de la existencia temporal es lo que Cirlot denomina simbólicamente el “Centro”, que se entiende como el eje que debe regir toda creación y en torno al cual se ordena cualquier cosmogonía, y que en su Diccionario de símbolos expresa como un eterno fluir y refluir de las formas de los seres y de las propias dimensiones espaciales.
La obra de Cirlot es una “quête”, una búsqueda de ese centro, del que la mujer amada es imagen reflejada. La amada como anima-mater que empuja hacia el resurgir y que es vehículo de reconciliación con el cosmos, en cuanto el amor es un absoluto,  síntesis de esencia y existencia, en cuanto se sitúa fuera del tiempo y conduce al eterno renacer.[6]Y aquí surge Bronwyn.  

martes, 4 de octubre de 2011

OUTRO ESCÁNDALO NA BANCA, NovacaixaGalicia e as retribuccións dos seus directivos

Xá abonda de ver como estos tiparracos, auténticos  buitres teñen a face tan dura que  cobran-nos por todo nunha caixa, alén de que receben agasallos e viaxes de balde pola sua posición de poder financieiro, cando é o cidadán de a pé o que mantén cos seus aforros dito banco ou caixa.
A Caixa de Castela-mancha, a do Mediterráneo, agora os chupópteros na caixa galega... e en breve veremos  outro escándalo na do sr. Narcís Serra, Caixa Catalunya ??

Unha auténtica vergoña, por cousas ínfimas hai xente na cadeia, e como sempre veremos a esta xente pasear-se pola rua como se non tivese acontecido nada.
Na prensa oficial podemos ler o seguinte, mais non se dí o que cobrou o ex-presidente de Caixa Galicia e adláteres... outra sorpresa?
http://www.lavozdegalicia.es/dinero/2011/10/04/0003_201110G4P27992.htm