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lunes, 9 de mayo de 2011

OSEIRA, O EL SONIDO DE UN LENGUAJE PERDIDO (2ª parte)


Visita interiore terrae…

Y rectificando encontrarás la piedra oculta, dice el acróstico vitriol  atribuido a Basilio Valentín, alquimista y peregrino a Compostela. Pero antes haremos un inciso –heterodoxo- y parafraseando a metafísicos tradicionales diremos que negando la dimensión esotérica entre los propios cristianos, el Cristianismo es inconcebible. Las similitudes y analogías entre Cristo y Osiris son bastante claras y a breves rasgos y en  consecuencia ante tal incongruencia  está claro que si no hubiese un esoterismo en el Cristianismo, el argumento judaico tendría razón absoluta y sería la transgresión que parecería ser desde el punto de vista judío. A ello habría que añadir, desde nuestro punto de vista, la enorme influencia de la religiosidad indoeuropea que conformó el cristianismo medieval europeo.[1]

Es fundamental destacar que la espiritualidad cisterciense, revolucionaria en el siglo XII,  tiene en María su Dama y Señora y  a Cristo como su referencia, con su vida y obras, con sus enseñanzas y palabras. Cristo es el Camino, la Verdad y la Vida, nos dice el Evangelio y por lo tanto esta espiritualidad es cristocéntrica. Cristo como Sol de Justicia, Cristo como Verbo hecho Carne es Hombre-Dios. Cristo muriendo en la cruz y su resurrección como héroe solar.

La máxima para el monje del Cister  es “ora et labora”. De  la oración al trabajo, tanto externo como interno. Y posiblemente puede que algunos tuviesen muy presente la máxima alquímica que primero es preciso detenerse en el oratorio antes de atreverse a entrar en el laboratorio. Es preciso purificar escorias y deseos, necesario limpiar el corazón, avivar el fuego interior  y templarse, con  la volición orientada hacia lo Absoluto   De la oración verbal- oratio- se pasa a la oración meditativa -meditatio- para culminar en la oración contemplativa -contemplatio. Esta última forma de oración se enseñó hasta bien entrada la Alta Edad Media, como nos recuerda el contemporáneo padre benedictino y practicante zen Willigis Jäger.

Toda la vida de oración y contemplación del  monje, junto con la lectio divina, la liturgia y el trabajo manual, son herramientas para la realización espiritual, además de la clausura o muerte para el mundo profano. Estar en el mundo sin pertenecer a él, morir simbólicamente a las tinieblas del exterior para pasar a la luz del interior. Y esto lo podemos ver traducido en las siguientes palabras del Evangelio: “En verdad, en verdad os digo que si el grano de trigo, que cae en la tierra no muere, queda solo, pero si muere produce mucho fruto”. (Juan XII, 24) 

Dicho esto, continuamos y nos adentramos de nuevo en el interior del monasterio. En Oseira, la gran sorpresa viene cuando observamos con detenimiento su sala capitular. Si la hubiesen descubierto un Fulcanelli, un Eugene Canseliet o un Grillot de Givry  sin duda se habrían maravillado y sería mayormente conocida. Dicha sala capitular o de las palmeras es construida a finales del siglo XV, principios del XVI, en un estilo gótico tardío.  Un autor contemporáneo nos introduce de forma sagaz diciendo: “Hoy sabemos que la sala capitular de Oseira es un “Locus Memoriae”, un “Lugar para la Memoria”, un espacio creado de manera intencionada para la meditación y la observación serena hasta recordar un conjunto de conocimientos de tipo iniciático, considerados superiores o de Alto-Conocimiento…El más Alto Conocimiento siempre fue vertical, y tenía que ver con Dios, con el origen y el fin de la Creación, con la Razón última de nuestra existencia”[2]   

Descendemos unos peldaños desde la iglesia hasta la sacristía y descendemos de nuevo hacia la sala capitular. Semeja que nos introducimos simbólicamente hacia el interior la tierra. ¿O a la inversa, puesto que del interior de la tierra, del atanor alquímico tras sufrir la muerte iniciática se nos conduce a “las puertas del Templo? Aquí comienzan la muestras visibles del Visita interiore terrae…las invisibles ya son propias de aquel que sea elegido por la Divinidad. Y en el momento que descendemos de la iglesia hasta la sacristía encontraremos unos medallones en el techo, con el escudo de la orden del Cister y con el águila bicéfala de los Austrias. Pero será un bello medallón antes de la entrada con el  sello de Salomón que nos preparará para leer en las claves en las piedras. En la alquimia dicho símbolo es la síntesis de todos los elementos y la unificación de todos los antagonismos.

Las cuatro columnas y el andrógino

Podremos observar dos planos en dicha sala capitular: un plano terreno y un plano celeste. De la tierra surgen cuatro columnas, a modo de palmeras que se retuercen hasta alcanzar el techo o el cielo simbólicamente, donde como veremos a continuación, se guardan secretos arcanos. Estas columnas, a modo de árbol encierran un simbolismo universal y axial. Un ejemplo en tierras sorianas lo podemos observar en la iglesia mozárabe de San Baudelio de Berlanga, en este caso es una columna en forma de palmera. Refrescaremos la memoria con una explícita interpretación de Julius Evola sobre este símbolo que es el árbol: “Metafísicamente el árbol expresa la fuerza universal que se desenvuelve en la manifestación del mismo modo que la energía de la planta se desenvuelve desde las raíces invisibles al tronco, a las ramas, a las hojas y al fruto.”[3] El roble de Dodona, el Irminsul-Ygdrassil, la higuera del  Bhagavad-Gitâ y el árbol de la iluminación de Buda, son múltiples referencias tradicionales al simbolismo del árbol. Así pues siguiendo a Evola el árbol en su sentido más amplio representaría en sus raíces la vida del cosmos, el tronco sería su densidad, las ramas serían la proliferación  y el crecimiento, las hojas la generación y los frutos la regeneración. Es fuente de vida inagotable y por lo tanto inmortal. “Según Eliade, como concepto de vida sin muerte se traduce antológicamente por realidad absoluta, el árbol deviene dicha realidad (centro del mundo). El simbolismo derivado de su forma vertical transforma acto seguido ese centro en eje. Tratándose de una imagen verticalizante, pues el árbol recto conduce a una vida subterránea hasta el cielo, se comprende su asimilación a la escalera o montaña, como símbolos de la relación más generalizada entre los tres mundos (inferior ctónico o infernal; central, terrestre o de la manifestación; superior, celeste). El cristianismo y en particular el arte románico le reconocen esta significación  esencial de eje entre los mundos…Coincide el árbol con la cruz de la Redención y en la iconografía cristiana la cruz está representada muchas veces como árbol de la vida”[4] 

Y cuatro son las palmeras-columnas que sostienen con sus nervios la parte superior de la sala capitular. Y cuatro son los Evangelios, cuatro son los elementos (aire, agua, fuego, tierra), cuatro son las Edades cíclicas para nuestros antiguos, cuatro son las virtudes cardinales en la Obra (sabiduría, fortaleza, templanza y justicia: limpieza de las sustancias, luego su disolución, nueva consolidación y finalmente su aleación), cuatro las estaciones de la naturaleza con sus dos solsticios y sus dos equinoccios así como cuatro son los puntos cardinales Del número cuatro pasaríamos al cinco, a la Quintaesencia. Esta interpretación axial y central del árbol se complementa en el plano inferior de la construcción con una piedra cuadrada a modo de omphalos en el centro de la sala. “Es partiendo de un “centro” (ombligo) como se verifica la creación del mundo y de este modo, imitando solemnemente este modelo ejemplar, toda “construcción” o “fabricación” debe operarse a partir de un centro[5]  El Centro es el origen, el lugar de la Verdad.  Así pues según la ciencia sagrada, en nuestro centro u “omphalos de Oseira”  el caos se ha transformado en orden porque es necesario en la Obra que  la  piedra bruta se haya convertido en piedra angular. “¿Pues no habéis jamás leído en la Escrituras, les añadió Jesús: la piedra que desecharon los constructores, esa misma vino a ser la clave del ángulo? El Señor es el que ha hecho esto y es una cosa admirable a nuestros ojos” (Mateo, XXI, 42).

Renè Guénon nos dice que la transformación de la piedra bruta en piedra cúbica es la elaboración que ha de sufrir la individualidad corriente para volverse apta y así ser “soporte” o “base” a la realización iniciática.[6] Y aquellos  monjes-obreros que construyeron dicha sala tuvieron muy presente que la forma cuadrada generalmente simboliza la tierra, mientras que la forma circular simboliza el cielo. De la escuadra se pasa al compás. Y he aquí otra muestra del conocimiento iniciático que alberga la sala, puesto que justo encima de dicha piedra angular y cuadrada en el centro de la sala, en la parte superior en un medallón (circular) nos encontramos nada más ni nada menos que con la figura del andrógino. Una cara mitad hombre, mitad mujer. Es el Rebis hermético, donde se reúnen las virtudes del cielo y de la tierra. A la izquierda la cara de la mujer, a la derecha la del hombre. La zona izquierda como parte mágica y pasiva, la contracción, la expiración de la respiración, la diástole del corazón, lo manifestado. La zona derecha como parte activa y volitiva, la expansión, la inspiración, la sístole, lo no-manifestado. Este simbolismo se traduciría en el caduceo hermético como las dos serpientes enrolladas alrededor de la vara y que en la tradición tántrica serían ida y pingala.

“Toda la Sala se centraliza en esta imagen, enmarcada en un círculo compartimentado en octavas y paralelo al suelo… este paso del cuadrado al círculo es símbolo de la transformación del cuatro elementario al diez celestial, siguiendo la vieja tetraktys pitagórica: 1+2+3++4=10…De la Mónada procederían los Números  a través de la Díada, existiendo a un tiempo los Números Ideales y el Número Matemático, separados ambos del Mundo sensible. En definitiva, el medallón del andrógino representa la cumbre de la jerarquía platónica de las Ideas Supremas, o Géneros Supremos: lo Ilimitado, lo Limitado (Díada), y el Ser (la unión de las dos caras)”[7]

Alrededor de esta figura del andrógino, podemos observar un círculo con ocho radios que se asemeja a la rueda cósmica. Ciertamente, la figura del andrógino es la evocación del estado adámico perdido, el recuerdo del Hombre primordial o verdadero, aquel que conoce los pequeños y cuando se ha perfeccionado en los grandes misterios es el Hombre trascendente o universal. Es el hombre “hecho a semejanza” de Dios, o mas exactamente de Elohim, de las potencias celestiales, el perfecto equilibrio del yin y del yang en la tradición taoísta, tal como nos recuerda Guénon. Así como Mircea Eliade nos dice que es la biunidad divina, por otro lado Jean Hani nos dice que Adam, el hombre primordial y universal, según los antiguos sabios de Alejandría y según la numerología sería el equivalente al número 46 así como al descomponer su nombre nos daría los cuatro puntos cardinales: A=anatolé (oriente), D= dysmé (occidente), A=arctos (norte), M=mesembría (mediodía). Y analógicamente el frío y el calor (norte-sur), sequedad y humedad (oriente-occidente) son propiedades que determinan la vida y que se repiten dentro del microcosmos del hombre. Y 46 son también el conjunto de ménsulas y medallones que posee la sala capitular de Oseira.

Otra causalidad de dicha sala capitular es el número de flores talladas sobre las cuatro palmeras y en las ventanas. ¿Y por qué son las flores talladas en toda la sala de nuestro interés? Debido a que la flor en la alquimia es un símbolo de la Obra y del Sol. Sabemos de la importancia del número 7 en el proceso cosmogónico, puesto que siete son los días de la Creación. Siete son las fases o grados de la Obra, siete los colores del arco iris, siete las estrellas de la Osa Mayor, siete son los centros sutiles del cuerpo humano y siete son los orificios de la cabeza, como siete son las iglesias del Apocalipsis o siete las cruces del reino alrededor del Grial en el escudo de Galiza. Pues bien, si multiplicamos 7 por 46 nos da la curiosa cifra de 322, que son el total de las flores que existen en la sala capitular. Y al mismo tiempo 3+2+2 es igual a siete.

“Pero Adán es también el que ha de caer, el necesitado de la redención que en nombre de la Humanidad traerá el nuevo Cristo-Adán. La existencia de este medallón en la sala capitular…ratifica –a nuestros ojos- la innegable relación del diseño de la sala y el texto de “Aurora Consurgens” que entre canto y canto amoroso y referencia a la transformación de la Materia, fija sus ojos en Adán y nos dice: “Así como todos mueren en Adán, así todos revivirán en Cristo, pues habiendo la muerte venido de un hombre, es por un hombre, Jesús, que llega la resurrección de los muertos. Adán y sus hijos han tomado su principio de los elementos corruptibles por lo que necesariamente el compuesto se corrompe: el segundo Adán se llama hombre filosófico nacido de los elementos puros para pasar a la eternidad…” (Cap.XI sexta parábola Aurora Consurgens)[8] Para este autor, la sala capitular sería fruto, digamos de la materialización del escrito alquímico de Santo Tomás de Aquino, Aurora Consurgens. Y a ello añadiríamos que en nuestra Edad Media, nuestros alquimistas tuvieron  presente que en la oración cristiana del “saludo del ángel” o Ave María, como revelación divina se encontraban signos muy importantes de la “transmutatio” y de la Obra al negro. Y el color negro es símbolo de la indistinción de la materia prima y sus representaciones simbólicas más conocidas son las famosas “Vírgenes negras”: “et benedictus fructus ventris tui, Iesus” simboliza que el fruto  del vientre de la Virgen es el elixir maravilloso, la “piedra filosofal”  que constituye el objetivo de la obra interior (“Iesus”) ya que María simbolizaría la materia prima así como el alma en su estado puramente receptivo.[9]  Es asimismo interesante la relación que Isidro.J.Palacios establece entre el vientre de María dentro de la tradición cristiana-europea y el hara de la tradición budista zen, como centro vital del hombre tradicional.
Hermes, la tríada y el fénix.

Otros medallones de interés en la sala capitular son uno con la cara de Hermes así como otro con un triple rostro, otros dos con cabezas ángeles, otro con una mujer y un collar de 9 perlas, así como varios de ellos con palomas.

Apareciendo Hermes en esta sala, podríamos afirmar ya que se trata sin duda de una construcción inspirada en la ciencia sagrada, un lugar de Alto Conocimiento y de clara relación con el Arte Real o Hermetismo. Y esto nos indica que el mensajero de los Dioses, como “psicopompo” acompaña a los seres a través de sus cambios de estados, o en los pasos de un ciclo de existencia a otro. Mientras que la mujer con el collar de nueve perlas, con colores negro y rojo alternados, que según el escrito del santo de la Fe y la Razón, Tomás de Aquino, antes citado Aurora Consurgens nos dice: “Como también observó Senior, él vuelve blancas todas las cosas negras y rojas todas las blancas, porque el agua blanquea y el fuego da luz”  Continua y sigue “…y todo esto es que simplemente uno tiene que lavar la sustancia nueve veces hasta que tengan apariencia de perlas y eso es blanqueamiento”[10] En este medallón se nos describe una fase del Opus, el Albedo: el renacimiento, la luz, la primavera y que según autores correspondería bien con la transfiguración de  de Cristo en “cuerpo de plata “.  En la antigüedad los misterios menores se celebraban en primavera, como Obra al blanco, mientras que los misterios mayores como la Obra al rojo se celebraban en otoño.

Existe un medallón con una triple cara, con un rostro enfadado, otro sensual y un tercero mostrando atención  que algunos interpretarían siguiendo a Platón, como las tres facultades del alma humana: intelectiva, irascible y concupiscible. También podría representar dicho medallón la tríada alquímica del azufre, mercurio y sal  así como la materia (hyle), el alma (psyché) y el espíritu (nous).

Y por último destacaríamos que en cinco ménsulas aparece el ave fénix como representación repetida, auto nutriéndose (¿cómo un ouroboros?), integrándose en la piedra, asomando con los ojos y la boca cerrada, así como en la ménsula de la esquina oeste (otoño), el ave fénix tiene un color rojo bastante perceptible. Es aquí donde encontramos la fase final de la Obra, la Rubedo o la obtención del oro alquímico. El ave fénix dentro del esoterismo cristiano simboliza el triunfo de la vida eterna sobre la muerte y en la alquimia su color rojo es la regeneración de la vida universal así como la finalización de la Obra. Para Evola las fases de la Obra  (Opus) estarían presentes incluso en la crucifixión de Cristo, con “el descenso a los infiernos”, en el seno de la Tierra y después la Resurrección y la Ascensión.  

Dice el Aurora Consurgens “…a propósito de esta Casa que la Sabiduría ha basado en catorce piedras angulares”[11] Y catorce exactamente son el número de ménsulas que existen en total, dos en la sacristía y doce en la sala capitular. ¿Es todo esto pura casualidad lo que hemos leído sobre la sala capitular de Oseira? Los maestros de la Tradición nos dicen que en el ámbito de lo sagrado no existen dichas casualidades, en realidad es la Providencia quien opera. Y en la tradición cristiana es por intervención divina a través del Espíritu Santo.

Finalizando diremos que en Oseira encontraremos un claro ejemplo tardomedieval de construcción sagrada, un atanor alquímico único en Galiza, un libro de Sabiduría escrito en la piedra y tras esas piedras el sonido de un lenguaje perdido en nuestra tradición occidental. ¿Lenguaje perdido u olvidado? El hilo de Ariadna que debemos seguir  en nuestro laberinto existencial es tener en todo momento presente y recordar como nos relata el ciclo del  Grial que lo perdido debe ser recuperado, lo disperso debe ser reunido y que lo visible es siempre reflejo de lo invisible. Como leemos  en el Evangelio, “quaerite et invenietis”, buscad y encontrareis.

FEDERICO TRASPEDRA


[1]  Ver  “Forma y substancia de las religiones” F.Schuon. Ed.Olañeta. P. de Mallorca 1998. Pág. 194.
De esta opinión, crítica por supuesto, podríamos añadir la de René Guénon en su artículo “Cristianismo e Iniciación” ( en “Esoterismo Cristiano I”  Ed. Vía Directa)  o la de Julius Evola publicando bajo seudónimo en el Grupo de Ur, “ Esoterismo y Mística Cristiana” (en “La Mágia como ciencia del espíritu” vol. VII, Ed.Heracles) 
[2] “Oseira: donde se posa el fénix” Pablo Alonso Bermejo. Ed. del autor. Sevilla-Murcia 2001. Pág. 15
[3]A Tradição Hermética”. Julius Evola. Edições 70. Pág. 19
[4] “Diccionario de símbolos” J.E. Cirlot. Ed. Siruela 1997,Pág.89   
[5] “Herreros y alquimistas” Mircea Eliade. Alianza Editorial 2009, Pág. 39
[6] “La Gran Triada” R. Guénon. Ed. Obelisco 1986. Pág. 106
[7] “Oseira, donde se posa el fénix” Obra citada, Pág.36
[8] Obra citada “Oseira, donde se posa el fénix”. Pág.36
[9] “Alquimia” Titus Burckhardt. Plaza&Janés 1976. Pág.189. A este respecto es también interesante consultar el libro de Isidro J. Palacios “Eremitas” Ed. Palmyra.
[10] Obra citada “Oseira, donde se posa el fénix” Pág. 32
[11] Obra citada “Oseira donde se posa el fénix”. Pág.48

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