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viernes, 6 de mayo de 2011

OSEIRA, O EL SONIDO DE UN LENGUAJE PERDIDO (1ª parte)

IDENTIDADE e TRADIZÓN, vai ir publicando en duas partes un artigo de interese sobre un importante mosteiro galego, Oseira. Dito artigo acaba de aparecer no nº3 da revista EUROPAE. Eís a primeira parte...

OSEIRA, o el sonido de un lenguaje perdido.

“En mi vida he visto un conjunto más impresionante, más evocador de misterios y de tiempo carcomido por sí mismo, como en Oseira. El monasterio está situado en el fondo de un valle, al lado de un pueblo pequeño, como colgado entre piedras y nubes. El conjunto arquitectónico es majestuoso, tallada la nave de la iglesia en románico puro, la fachada de la misma y la del convento en plateresco vegetal, prefiguración del barroco. Aquel gran conjunto parecía abandonado. Los vidrios de las ventanas estaban rotos, caídos los balcones, mojadas las torres verdes de musgo. Pero entré, y desde el gris oscuro y acuático de la piedra exterior me encontré de repente en el calor apasionado de la misa, cantada en latín por un coro de monjes invisibles y oficiada por dos sacerdotes vestidos de blanco y que parecían dos ángeles moviéndose en medio de una luz sobrenatural que envolvía el altar. Era como si no tocaran tierra”. Vintila Horia [1]

En el profundo interior de Galiza, donde confluyen los límites de las provincias de Ourense, Pontevedra y Lugo  al final de un valle rodeado de suaves montañas y en la margen derecha del río Ursaria, se comenzó a levantar allá por el año 1.137  lo que con el tiempo llegó a ser denominado como el  “Escorial gallego”. Y ciertamente, tal como nos relata el genial escritor rumano Vintila Horia, en su viaje a tierras gallegas allá por los años 60, perfectamente supo intuir que dicho monasterio carcomido por el tiempo era un conjunto impresionante y evocador de misterios, como veremos a continuación. Quien escribe estas líneas, lo “descubrió” en 1991 junto con dos compañeros de aventuras políticas y búsquedas espirituales.

El origen y su desarrollo.

Según parece fueron cuatro –como los elementos- los monjes y antiguos caballeros quienes se establecieron allí bajo la Orden del Cister. A ellos se les unió en 1.142 un quinto elemento, un monje peregrino a Compostela, un alemán llamado Famiano, que es considerado santo.[2]  Y es que como dice Virgilio, Dios se complace en los números impares y con estos cinco monjes se iluminará un primitivo cenobio en UR-seira. Tierra de osos, como bien indica su toponimia y como ha quedado reflejado en su heráldica con dos osos rampantes sobre un árbol: en concreto un majestuoso y vetusto pino.

Al poco tiempo, el propio San Bernardo, envió más monjes desde Francia para consolidar la comunidad. Así fueron los primitivos comienzos en plena Edad Media de lo que hoy conocemos por Santa María a Real de Oseira. Como bien sabemos, lo más importante de un monasterio es su comunidad. Y en el plano arquitectónico, funcional y artístico, primero es su iglesia y segundo su sala capitular, seguido del claustro. Pues bien, su maravillosa iglesia de estilo románico, con girola de peregrinación, se inicia en torno al 1.160-85 y se finaliza en torno al 1.239. Artísticamente es de destacar dentro de la iglesia la bóveda plana que sostiene al coro. Y en torno al lugar de oración, de alabanza al Creador, se articuló con el paso de los siglos y de la acción de los hombres, del trabajo de la piedra bruta en piedra angular, el conjunto arquitectónico que a día de hoy podemos observar. Tres maravillosos claustros – de los Caballeros, el Procesional o de los Medallones junto con el primitivo románico y esbelto de Pináculos-  de diferentes épocas engrandecen el conjunto que hoy conocemos y  con el que podemos deleitarnos.

El paso de los años y la lamentable Desamortización de Mendizábal, la exclaustración en 1.835 y el saqueo generalizado hizo mella durante un siglo de abandono. Con el regreso en 1.929 de los monjes se comenzó a restaurar las partes deterioradas, obra magna que se prolongó durante tres cuartos de siglo.

No era simple cuestión de azar que nuestros antiguos monjes medievales eligieran sus emplazamientos por una cuestión de belleza natural, además de la soledad  que añoraban y exigía su ascesis. También sus percepciones con respecto al entorno natural en el que vivían nos  lo confirman y no simplemente  serían intuiciones. Sabemos que poseían conocimientos precisos y así por ejemplo se reflejarían en tierras gallegas en el caso de Oseira, como en otro importante monasterio gallego como Sobrado dos Monxes, establecido éste último en una zona de enorme densidad megalítica.   


San Bernardo

El románico que podemos observar en la iglesia de Oseira es austero puesto que sigue las directrices del Cister, con ausencia de capiteles labrados con imágenes simbólicas en sus piedras, simplemente adornos vegetales, si bien podemos encontrar un par de dinteles con ruedas solares a modo de esváticas.  Y en la primitiva capilla románica anexa a la izquierda de la iglesia solo encontraremos unas cruces célticas en sus capiteles de entrada, junto con alguna enigmática espiral labrada en su interior. Esos son los pocos símbolos de época románica que encontramos entre sus muros.

El propio San Bernardo, al igual que un maestro taoísta o venerable roshi zen, precisa de esa vacuidad de elementos simbólicos. Algo para él necesario para no despistarse y  para lograr dirigirse hacia la Realidad Última, Dios. En todo el arte de cuño e impronta cisterciense a lo largo y ancho de Europa, esta premisa será condicionante. Pero también sabemos que tanto el despertar al Conocimiento, como su pérfido olvido es gradual en el hombre por naturaleza cíclica. Debemos recordar que el arte sagrado está hecho para vehicular las presencias espirituales, está hecho para Dios, para los ángeles y para los hombres a la vez. “El arte sagrado ayuda al hombre a encontrar su propio centro, ese núcleo que ama a Dios”[3]. O bien podemos leer entre líneas  en el Evangelio: “Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que es hecho fue hecho” (Juan I-3). Como antes decíamos, pese a la escasez de símbolos en el interior de la iglesia románica de Oseira, la sorpresa vendrá en todo el  libro de piedra simbólico que encierra su sala capitular, anexa a la derecha de la iglesia.

 San Bernardo fue un “revolucionario espiritual” en el seno del Cristianismo, hombre de una importancia capital para comprender el siglo XII. Es significativo que el propio Dante en su Divina Comedia (Canto XXXI) después de apartarse de su Beatriz y ocupar su trono de bienaventuranza, durante el recorrido que hace por los cielos, ya en la Cándida Rosa, quien le acompaña  en ese estado y quien le habla es el propio San Bernardo.  René Guénon nos describe al santo como un hombre “…siempre entregándose enteramente a la ascesis y  a la contemplación sin que nada viniera a distraerle de lo que era según sus ojos, según la palabra evangélica “la única cosa necesaria”[4] Guénon, en correspondencia privada con A.K.Coomaraswamy nos da luz sobre la capital importancia de este singular monje. San Bernardo, perteneciente a la nobleza borgoñona y por lo tanto con una educación especial, es él quien traza las orientaciones de misión celeste y caballería cristiana que darán lugar a la Orden del Temple, diciendo sobre este escrito dedicado al místico, que “logré sin embargo introducir en él algunas alusiones que, para aquellos que las comprenden, pueden dar una idea del verdadero carácter del personaje. En efecto, este carácter para mí, es iniciático y no simplemente místico”[5]

Y por esto mismo nos parece excepcional que una muestra de ese conocimiento iniciático se encuentre curiosamente abrigado en un monasterio de la Orden del abad de Claraval. Su enclave en tierras galaicas, donde las referencias a la heterodoxia y a la praxis de la alquimia son muy escasas, hizo que despertase nuestro interés. Sabemos que las ideas heterodoxas en tierras tanto hispánicas como galaicas fueron fuertemente reprimidas. Fue Prisciliano uno de sus primeros ejemplos: aquel obispo con báculo y hoz druídica. Hasta el propio Agustín de Hipona dedicó un escrito contra sus creencias céltico-cristianas por petición de su discípulo galaico Orosio[6]. No cambiaron mucho las cosas pasados los siglos, la Gnosis permaneció sumergida sobre el manto aparentemente protector de la ortodoxia y el mismo Fulcanelli nos recuerda que en nuestro Siglo de Oro,  mientras en España se exaltaba la inquisición, se perseguía con severidad a sus sabios y místicos y los autos de fe se propagaban, “…pese a ello, y al igual que en el resto de Europa, florecieron escuelas de alquimistas en Santiago de Compostela y en Sevilla; sin embargo debieron operar en una clandestinidad casi total, encubierto por boticas o industrias para preparar los colores a los pintores; los hidalgos y los monjes que instalaron sus hornos en el interior de los castillos y conventos tuvieron que encontrar una razón plausible para frenar las habladurías, por lo general la fabricación de remedios, pues su estado no les protegía contra una acusación de brujería o de herejía que inmediatamente les habría conducido a la hoguera o a la cárcel. Por lo tanto no encontraremos ni en Galicia ni en Andalucía esas composiciones mitológicas o simbólicas que nos hemos complacido en descifrar en Las Moradas Filosofales”[7]

No olvidemos que el apóstol Santiago el Mayor, fue considerado santo patrón de los alquimistas y de las ciencias cosmológicas, pero paradójicamente  las   referencias explícitas a la alquimia en Compostela son casi nulas, a no ser ciertas interpretaciones del Pórtico de la Gloria. 


[1] “España y otros mundos”, Vintila Horia. En su capítulo “Galicia como Europa”. Ed. Plaza&Janés Barcelona 1970, Págs. 31-34
[2] San Famiano, de Oseira viajó a Roma  y su cuerpo incorrupto reposa en Galesse (Italia)
[3] “Perspectivas espirituales y hechos humanos”  F. Schuon. Ed.Olañeta. P. de Mallorca 2001. Pág.41
[4] “San Bernardo”, René Guénon. En  “Esoterismo cristiano” Vía Directa Ed. Valencia 2007. Pág. 107   
[5]  R. Guénon, obra citada, pág. 116  A ello tendríamos que añadir un poema atribuido al propio San Bernardo, “Membra Jesu Nostri”, musicado por D. Buxtehude, donde se hace un recorrido por el cuerpo de Jesús, “curiosamente” dividido en 7 partes, a semejanza de los centros sutiles . J.G. Gichtel dentro del esoterismo cristiano reflejó esta teoría de los centros sutiles análoga de la doctrina hindú de los chakras en su “Teosophia practica” 
[6] “Consulta o memoria de Orosio a Agustín sobre el error de los Priscilianistas y Origenistas”. Según este texto los priscilianistas poseían una doctrina en la cual se contemplaba algo semejante a la teoría de las Gunas hindú.
[7] Fulcanelli. “Finis Gloriae Mundi”  Ed. Obelisco. Pág. 10

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