Sin embargo hay que reconocer que, para el español de a pie, la situación es un poco confusa: no se sabe muy bien si la noticia fue aireada por los medios afines al Gobierno, si fue el propio Gobierno o si realmente los chinos se echaron atrás en el último momento. Me inclino a pensar que todo se produjo por causa de una mezcla de las dos primeras razones. Pero lo importante es lo que se dirime aquí. El sistema financiero español necesita fondos con los que mantener sus coeficientes de caja. Asimismo, el Gobierno español necesita recortar "gasto público" y recavar ingresos vía deuda, que busca colocar desesperadamente en los mercados.
Prescindiendo del caso de las cajas, éste último esquema está en la base de las crisis de Grecia, Irlanda y Portugal: la financiación procede de los mercados y liberales como Aznar o Rajoy se ríen porque el Gobierno no es capaz de conseguir eficazmente la financiación, no por el hecho en sí de conseguirla de ese modo. Esto revela una cuestión esencial: los políticos al uso –el PSOE también, claro está- comparten todos el mismo modelo de financiar el crecimiento económico, los mercados.
Si esta cuestión debe o no ser así, queda sustraída del debate público a base de obviar las razones. Se pretende que la financiación que los países y su maquinaria económica necesitan ha de ser forzosamente privada, del mismo modo que no se puede impedir que llueva o que el cielo se nuble. Los principales beneficiarios de esta estafa intelectual son, naturalmente, esos "mercados". Pero, ¿a quienes se debe dinero realmente? Pues a un enorme conglomerado de bancos, compañías de seguros, pequeños inversores, etc. cuyo denominador común es que buscan el máximo de beneficio, en el menor tiempo posible, por el dinero invertido en la deuda pública de los países. Si el dinero procediera de un Banco Central con la misión fundamental e irrenunciable de proporcionar el dinero necesario para financiar la producción creciente, dicha entidad obraría con una perspectiva muy diferente: se trataría en este caso, no de lucrarse, sino de asegurar que la maquinaria productiva funciona. Así, mientras que en el primer caso el fin es el lucro –y por consiguiente los intereses altos y los plazos de devolución cortos-, en el caso de un Banco Central como el que describimos, los intereses deberían ser forzosamente bajos y los plazos largos.
¿Es eso factible? Decididamente sí, toda vez que el Banco Central crea dinero sin contrapartida alguna y por tanto sin acreedor alguno. En realidad lo crea de la nada. ¿Conduce esto a la inflación y a que finalmente tengamos que acudir al mercado con miles de millones para comprar unas pocas cosas de primera necesidad? Pues no. Los gobiernos pueden crear dinero y de hecho lo hacen. El dinero no es más que un medio de cambio general. De una manera muy simplista, si la producción total es de, digamos, cien unidades y hay cien monedas, cada unidad de producción será intercambiable por una moneda. Si la producción se colapsa, entonces esas monedas perderán valor y serán necesarias más para absorber las unidades de producción remanentes. Pero si la producción se dobla, y el número de monedas sigue siendo igual, entonces el valor de las monedas subirá y serán necesarias más unidades de producción para cada moneda en circulación. Así, para reflejar el aumento de producción, deberá aumentar el número de monedas que circulan, lo cual evitará tanto la deflación como la inflación.
Dicho de otro modo, la emisión de dinero solo es inflacionista cuando dicha emisión crece por encima de la producción, de manera que en una economía es necesario asegurarse que el dinero en circulación refleja realmente la producción de bienes y servicios, así como el crecimiento anual.
Sin embargo, la emisión de dinero a fuertes tipos de interés tiene el principal y gravísimo inconveniente de reflejarse en el nivel general de precios. Dado que la materia prima, común e inexcusable, que todo el mundo necesita para fabricar cualquier bien o servicio es el dinero, si éste es de entrada más costoso, ese coste deberá reflejarse en el precio final. Por el eso el tipo de interés al alza es inflacionista por fuerza.
En consecuencia, con las políticas de "austeridad", que drenan dinero de los bolsillos de la gente y que restan financiación a la economía productiva real, y con la política de obtener esa misma financiación en los mercados al precio de pagar altos tipos de interés, los gobiernos se aseguran de antemano el fracaso.
En nuestro caso, y como sucede de manera aún más grave con los Estados Unidos, nuestro Gobierno, a causa de un sofisma teórico, ha acudido a poner la financiación de una parte capital de nuestro sistema bancario en manos chinas. Ha acudido, en definitiva, a vender nuestra soberanía económica y nuestra libertad como nación a una dictadura que aúna lo peor del comunismo y lo peor del capitalismo, sencillamente porque todos están de acuerdo en que el Banco Central Europeo no debe cumplir su misión real: esto es, financiar el crecimiento.
Preguntará alguien, entonces ¿por qué no se ha visto el éxito espectacular de las políticas de "estimulo" de los gobiernos occidentales, especialmente de Obama y Zapatero? Pues porque el dinero inyectado en el sistema ha ido principalmente a los bancos, para equilibrar sus balances, cuando es a la economía productiva real, es decir, a la gente, a las pequeñas y medianas empresas, a quién tiene que dirigirse la financiación barata y abundante.
¿Y quién es el principal beneficiario de todo esto? Los principales beneficiarios son esos "mercados" anónimos, compuestos de miles de inversores, grandes, muy grandes y pequeños, que buscan exclusivamente el lucro personal. Por supuesto, dichos "inversores" no reflejan los intereses de la gente ni de los pueblos sino mayormente los de una oligarquía que acabará igualándonos a todos en la pobreza y que constituye el enemigo principal de la actividad empresarial y de la iniciativa privada, verdadero motor de la economía de los pueblos en todo tiempo y lugar.
Así, el recurso a los mercados es el recurso a la oligarquía y a los intereses foráneos, del mismo modo que la ocultación fraudulenta de esta engañifa monumental –que, por cierto, implica por igual a "izquierdas", "derechas", sindicatos "de clase", etc.- suscita sospechas sobre la implicación real del complejo político-mediático en la explotación de las personas y los pueblos.
Por el contrario, la emisión de dinero por institutos emisores bajo control político es una garantía de la soberanía popular –de la democracia auténtica-, de la libertad y de los derechos de los pueblos.
Así las cosas, mucho nos tememos que, al menos en España, todo va a seguir igual gane quién gane las próximas elecciones, del mismo modo que la precarización, el empobrecimiento progresivo y la destrucción de derechos es una constante al alza independientemente de que gobiernen unos u otros, en todos los países del mundo. A lo sumo se diferirán los efectos y variarán las intensidades de fenómenos que están en la entraña misma del modus operandi de la actual economía.
Prescindiendo del caso de las cajas, éste último esquema está en la base de las crisis de Grecia, Irlanda y Portugal: la financiación procede de los mercados y liberales como Aznar o Rajoy se ríen porque el Gobierno no es capaz de conseguir eficazmente la financiación, no por el hecho en sí de conseguirla de ese modo. Esto revela una cuestión esencial: los políticos al uso –el PSOE también, claro está- comparten todos el mismo modelo de financiar el crecimiento económico, los mercados.
Si esta cuestión debe o no ser así, queda sustraída del debate público a base de obviar las razones. Se pretende que la financiación que los países y su maquinaria económica necesitan ha de ser forzosamente privada, del mismo modo que no se puede impedir que llueva o que el cielo se nuble. Los principales beneficiarios de esta estafa intelectual son, naturalmente, esos "mercados". Pero, ¿a quienes se debe dinero realmente? Pues a un enorme conglomerado de bancos, compañías de seguros, pequeños inversores, etc. cuyo denominador común es que buscan el máximo de beneficio, en el menor tiempo posible, por el dinero invertido en la deuda pública de los países. Si el dinero procediera de un Banco Central con la misión fundamental e irrenunciable de proporcionar el dinero necesario para financiar la producción creciente, dicha entidad obraría con una perspectiva muy diferente: se trataría en este caso, no de lucrarse, sino de asegurar que la maquinaria productiva funciona. Así, mientras que en el primer caso el fin es el lucro –y por consiguiente los intereses altos y los plazos de devolución cortos-, en el caso de un Banco Central como el que describimos, los intereses deberían ser forzosamente bajos y los plazos largos.
¿Es eso factible? Decididamente sí, toda vez que el Banco Central crea dinero sin contrapartida alguna y por tanto sin acreedor alguno. En realidad lo crea de la nada. ¿Conduce esto a la inflación y a que finalmente tengamos que acudir al mercado con miles de millones para comprar unas pocas cosas de primera necesidad? Pues no. Los gobiernos pueden crear dinero y de hecho lo hacen. El dinero no es más que un medio de cambio general. De una manera muy simplista, si la producción total es de, digamos, cien unidades y hay cien monedas, cada unidad de producción será intercambiable por una moneda. Si la producción se colapsa, entonces esas monedas perderán valor y serán necesarias más para absorber las unidades de producción remanentes. Pero si la producción se dobla, y el número de monedas sigue siendo igual, entonces el valor de las monedas subirá y serán necesarias más unidades de producción para cada moneda en circulación. Así, para reflejar el aumento de producción, deberá aumentar el número de monedas que circulan, lo cual evitará tanto la deflación como la inflación.
Dicho de otro modo, la emisión de dinero solo es inflacionista cuando dicha emisión crece por encima de la producción, de manera que en una economía es necesario asegurarse que el dinero en circulación refleja realmente la producción de bienes y servicios, así como el crecimiento anual.
Sin embargo, la emisión de dinero a fuertes tipos de interés tiene el principal y gravísimo inconveniente de reflejarse en el nivel general de precios. Dado que la materia prima, común e inexcusable, que todo el mundo necesita para fabricar cualquier bien o servicio es el dinero, si éste es de entrada más costoso, ese coste deberá reflejarse en el precio final. Por el eso el tipo de interés al alza es inflacionista por fuerza.
En consecuencia, con las políticas de "austeridad", que drenan dinero de los bolsillos de la gente y que restan financiación a la economía productiva real, y con la política de obtener esa misma financiación en los mercados al precio de pagar altos tipos de interés, los gobiernos se aseguran de antemano el fracaso.
En nuestro caso, y como sucede de manera aún más grave con los Estados Unidos, nuestro Gobierno, a causa de un sofisma teórico, ha acudido a poner la financiación de una parte capital de nuestro sistema bancario en manos chinas. Ha acudido, en definitiva, a vender nuestra soberanía económica y nuestra libertad como nación a una dictadura que aúna lo peor del comunismo y lo peor del capitalismo, sencillamente porque todos están de acuerdo en que el Banco Central Europeo no debe cumplir su misión real: esto es, financiar el crecimiento.
Preguntará alguien, entonces ¿por qué no se ha visto el éxito espectacular de las políticas de "estimulo" de los gobiernos occidentales, especialmente de Obama y Zapatero? Pues porque el dinero inyectado en el sistema ha ido principalmente a los bancos, para equilibrar sus balances, cuando es a la economía productiva real, es decir, a la gente, a las pequeñas y medianas empresas, a quién tiene que dirigirse la financiación barata y abundante.
¿Y quién es el principal beneficiario de todo esto? Los principales beneficiarios son esos "mercados" anónimos, compuestos de miles de inversores, grandes, muy grandes y pequeños, que buscan exclusivamente el lucro personal. Por supuesto, dichos "inversores" no reflejan los intereses de la gente ni de los pueblos sino mayormente los de una oligarquía que acabará igualándonos a todos en la pobreza y que constituye el enemigo principal de la actividad empresarial y de la iniciativa privada, verdadero motor de la economía de los pueblos en todo tiempo y lugar.
Así, el recurso a los mercados es el recurso a la oligarquía y a los intereses foráneos, del mismo modo que la ocultación fraudulenta de esta engañifa monumental –que, por cierto, implica por igual a "izquierdas", "derechas", sindicatos "de clase", etc.- suscita sospechas sobre la implicación real del complejo político-mediático en la explotación de las personas y los pueblos.
Por el contrario, la emisión de dinero por institutos emisores bajo control político es una garantía de la soberanía popular –de la democracia auténtica-, de la libertad y de los derechos de los pueblos.
Así las cosas, mucho nos tememos que, al menos en España, todo va a seguir igual gane quién gane las próximas elecciones, del mismo modo que la precarización, el empobrecimiento progresivo y la destrucción de derechos es una constante al alza independientemente de que gobiernen unos u otros, en todos los países del mundo. A lo sumo se diferirán los efectos y variarán las intensidades de fenómenos que están en la entraña misma del modus operandi de la actual economía.
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