El pasado 17 de enero se cumplió el 50 aniversario de la salida del Presidente Dwight D. Eisenhower de la Casa Blanca. Esto no sería importante sino fuera por que el discurso con el que "Ike" se despidió haría historia en los anales políticos del mundo entero.
Con aquel discurso, el presidente advertía contra la influencia del célebre "complejo militar-industrial" en la vida del país. Pocos como él conocían la guerra, después de haber dirigido ofensivas de cientos de miles de soldados, como el mundo nunca había visto, durante la Segunda Guerra Mundial.
Tras la guerra condujo una de las políticas más despiadadas y crueles contra los prisioneros de guerra (alemanes), sin nada que envidiar a la seguida por los soviéticos. A éste respecto el canadiense James Bacque, en su libro Other losses, acusa directamente al general de provocar la muerte de 790.000 prisioneros alemanes por hambre, frío y enfermedad, entre 1944 y 1949.
Aunque no vamos a detenernos en esto, nos interesa subrayar que el bregado y sanguinario militar se hacía eco de un peligro que acechaba a los EEUU dirigiéndose al país en los siguientes términos: "En los consejos de gobierno, debemos de estar en guardia ante el incremente de un poder sin garantías, buscado o no, por parte del complejo militar-industrial. El potencial y desastroso aumento de un poder desubicado existe y existirá. No debemos permitir nunca que el peso de esta combinación ponga en peligro nuestras libertades y procesos democráticos. No debemos dar nada por sentado. Solo una ciudadanía alerta e informada puede evitar la confusión deliberada de la inmensa maquinaria industrial y militar de la defensa con nuestros objetivos y métodos pacíficos, de modo que la seguridad y la libertad puedan prosperar juntos".
El aniversario del célebre discurso ha sido debatido en los medios conservadores norteamericanos pero, a nuestro juicio, solo uno merece la pena de ser comentado. Michael C. Desch, en The American Conservative (febrero 2011), ha titulado su artículo The liberal complex (El complejo liberal) y lo ha subtitulado de una manera más incisiva aún: El idealismo, y no la economía, dirige el militarismo americano. Lo importante de la reflexión de Desch es que hace recaer el acento en lo que verdaderamente dirige el mundo; es decir, en las ideas.
Para Desch, "la errónea advertencia del discurso de despedida contra un complejo militar-industrial en alza dio alas y cobertura a las subsiguientes generaciones de críticos izquierdistas de la política exterior norteamericana e ignora la desconcertante verdad de que las raíces de nuestros subsiguientes problemas se encuentran verdaderamente en el centro vital de la política americana".
Desch añade que "el que el liberalismo –específicamente, el deseo de extender la democracia y los derechos humanos- fue el origen de los excesos más recientes de América, la guerra de Iraq de la administración Bush, resulta controvertido. Pero el argumento de que el complejo militar-industrial estaba detrás de ello es incluso más difícil de sostener. Después de todo, fue la industria petrolera americana la que más se opuso a las sanciones contra Irak de los años 90 y las petroleras apenas apostaron por la guerra tras el 11/S".
Desch acierta plenamente al denunciar que mucho más importante que el interés económico es la hegemonía social y cultural por parte de los "think tanks" ideológicos. En Europa, la cuestión es clara. Antes que los "complejos militares-industriales" de ningún tipo, camarillas culturales e ideológicas, con una clara estrategia de causar el descrédito de sus enemigos, así mismo ideológicos, son quienes tienen el poder de influir en el lenguaje cotidiano y en los modos de vida.
De ahí la insistencia de la izquierda ideológica en denunciar las andanzas de "complejos industriales-militares" que, sin perjuicio de que puedan hacer valer sus intereses, ejercen una influencia mucho menor que las ideas destiladas en los departamentos universitarios, las columnas de los diarios o los programas televisivos de "entretenimiento".
Por esta razón, y a modo de ejemplo, Michael Moore dirigió una película sobre la supuestas motivaciones de la guerra de Irak –Farenheit 9/11- repleta de conexiones económicas y financieras pero que no decía ni una sola palabra del papel neoconservador y su evolución ideológica o de las motivaciones ultranacionalistas del lobby sionista de Washington. Igualmente, Oliver Stone insinúa en su JFK la responsabilidad del mencionado "complejo" en la muerte del presidente Kennedy y minimiza las conexiones de Oswald con la Cuba prosoviética, así como sus posibles motivaciones ideológicas.
En la España de hoy, que evidentemente nos coge mucho más cerca, cosas como la "Ley Aído", la inmigración masiva, la "Educación para la Ciudadanía" o los "matrimonios" gays, suponen una violenta revolución en las costumbres que no aparece respaldada por ningún "complejo militar-industrial" y en el resto de Europa suceden cosas muy parecidas.
Algo bien diferente es que los intereses del capital global converjan globalmente con las posiciones de izquierda porque es en realidad el mundo económico y financiero quién realmente va a remolque de ideas abiertamente subversivas. Los denominados "progresistas" todavía no han respondido a la crítica, planteada desde el conservadurismo no liberal, de que hacen el trabajo sucio de los reyes del dinero. Pero esto, como diría Kipling, es otra historia. De momento nos vale con apuntar las raíces, profundamente falsas, de un discurso que ha alimentado el imaginario ideológico de la izquierda mundial desde hace medio siglo.
Con aquel discurso, el presidente advertía contra la influencia del célebre "complejo militar-industrial" en la vida del país. Pocos como él conocían la guerra, después de haber dirigido ofensivas de cientos de miles de soldados, como el mundo nunca había visto, durante la Segunda Guerra Mundial.
Tras la guerra condujo una de las políticas más despiadadas y crueles contra los prisioneros de guerra (alemanes), sin nada que envidiar a la seguida por los soviéticos. A éste respecto el canadiense James Bacque, en su libro Other losses, acusa directamente al general de provocar la muerte de 790.000 prisioneros alemanes por hambre, frío y enfermedad, entre 1944 y 1949.
Aunque no vamos a detenernos en esto, nos interesa subrayar que el bregado y sanguinario militar se hacía eco de un peligro que acechaba a los EEUU dirigiéndose al país en los siguientes términos: "En los consejos de gobierno, debemos de estar en guardia ante el incremente de un poder sin garantías, buscado o no, por parte del complejo militar-industrial. El potencial y desastroso aumento de un poder desubicado existe y existirá. No debemos permitir nunca que el peso de esta combinación ponga en peligro nuestras libertades y procesos democráticos. No debemos dar nada por sentado. Solo una ciudadanía alerta e informada puede evitar la confusión deliberada de la inmensa maquinaria industrial y militar de la defensa con nuestros objetivos y métodos pacíficos, de modo que la seguridad y la libertad puedan prosperar juntos".
El aniversario del célebre discurso ha sido debatido en los medios conservadores norteamericanos pero, a nuestro juicio, solo uno merece la pena de ser comentado. Michael C. Desch, en The American Conservative (febrero 2011), ha titulado su artículo The liberal complex (El complejo liberal) y lo ha subtitulado de una manera más incisiva aún: El idealismo, y no la economía, dirige el militarismo americano. Lo importante de la reflexión de Desch es que hace recaer el acento en lo que verdaderamente dirige el mundo; es decir, en las ideas.
Para Desch, "la errónea advertencia del discurso de despedida contra un complejo militar-industrial en alza dio alas y cobertura a las subsiguientes generaciones de críticos izquierdistas de la política exterior norteamericana e ignora la desconcertante verdad de que las raíces de nuestros subsiguientes problemas se encuentran verdaderamente en el centro vital de la política americana".
Desch añade que "el que el liberalismo –específicamente, el deseo de extender la democracia y los derechos humanos- fue el origen de los excesos más recientes de América, la guerra de Iraq de la administración Bush, resulta controvertido. Pero el argumento de que el complejo militar-industrial estaba detrás de ello es incluso más difícil de sostener. Después de todo, fue la industria petrolera americana la que más se opuso a las sanciones contra Irak de los años 90 y las petroleras apenas apostaron por la guerra tras el 11/S".
Desch acierta plenamente al denunciar que mucho más importante que el interés económico es la hegemonía social y cultural por parte de los "think tanks" ideológicos. En Europa, la cuestión es clara. Antes que los "complejos militares-industriales" de ningún tipo, camarillas culturales e ideológicas, con una clara estrategia de causar el descrédito de sus enemigos, así mismo ideológicos, son quienes tienen el poder de influir en el lenguaje cotidiano y en los modos de vida.
De ahí la insistencia de la izquierda ideológica en denunciar las andanzas de "complejos industriales-militares" que, sin perjuicio de que puedan hacer valer sus intereses, ejercen una influencia mucho menor que las ideas destiladas en los departamentos universitarios, las columnas de los diarios o los programas televisivos de "entretenimiento".
Por esta razón, y a modo de ejemplo, Michael Moore dirigió una película sobre la supuestas motivaciones de la guerra de Irak –Farenheit 9/11- repleta de conexiones económicas y financieras pero que no decía ni una sola palabra del papel neoconservador y su evolución ideológica o de las motivaciones ultranacionalistas del lobby sionista de Washington. Igualmente, Oliver Stone insinúa en su JFK la responsabilidad del mencionado "complejo" en la muerte del presidente Kennedy y minimiza las conexiones de Oswald con la Cuba prosoviética, así como sus posibles motivaciones ideológicas.
En la España de hoy, que evidentemente nos coge mucho más cerca, cosas como la "Ley Aído", la inmigración masiva, la "Educación para la Ciudadanía" o los "matrimonios" gays, suponen una violenta revolución en las costumbres que no aparece respaldada por ningún "complejo militar-industrial" y en el resto de Europa suceden cosas muy parecidas.
Algo bien diferente es que los intereses del capital global converjan globalmente con las posiciones de izquierda porque es en realidad el mundo económico y financiero quién realmente va a remolque de ideas abiertamente subversivas. Los denominados "progresistas" todavía no han respondido a la crítica, planteada desde el conservadurismo no liberal, de que hacen el trabajo sucio de los reyes del dinero. Pero esto, como diría Kipling, es otra historia. De momento nos vale con apuntar las raíces, profundamente falsas, de un discurso que ha alimentado el imaginario ideológico de la izquierda mundial desde hace medio siglo.
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