Introducción
Afirmaba en torno a la explicación del símbolo, uno de los últimos metafísicos de Occidente, René Guénon que “las representaciones propiamente simbólicas…son incomparablemente menos limitadas y constringentes que el lenguaje ordinario y, en consecuencia, mas aptas para la comunicación de las verdades trascendentes, y de ahí la continua utilización que de ellas se hace en toda enseñanza que posea un carácter verdaderamente “iniciático” y tradicional” [1]
Otro autor, igualmente estudioso de las doctrinas y del arte del mundo de la Tradición como Frithjof Schuon, nos insiste en que el lenguaje de la religión es el simbolismo y que a su vez el simbolismo es una realidad concreta que se basa en analogías reales. Ahora bien, debido al alejamiento de Dios y a la falta de “comprensión” por parte del hombre en este final de ciclo, la tradición “a partir de cierto “momento cíclico”, se vio obligada a explicitar verbalmente los símbolos, que en el origen, -en la “Época Divina”- eran suficientes para transmitir las verdades metafísicas” [2] Esto es efecto de una causa: el ser humano se ha vuelto cada vez mas racionalista, ha endurecido su corazón, se ha producido una escisión entre el Hombre y el Cielo, consecuencia y reflejo obvio de lo que se puede observar en la Tierra, y no debido a esa disociación- digamos simplista y telúrica- del hombre con la tierra, como piensan los “rojiverdes”. La mentalidad simbolista se ha dormido en el hombre moderno y está roncando plácidamente para nuestra propia desgracia. Esa mentalidad, que es fluir e intuición en su sentido superior es preciso despertarla, o mejor dicho, reintegrarla, juntarla, pues esa es la verdadera etimología de la palabra símbolo.
Abordaremos entonces el estudio de este símbolo siguiendo las premisas que se aconsejan, puesto que “para comprender determinado símbolo, basta considerar su naturaleza o su forma, después su definición doctrinal, luego tradicional, y por último las realidades metafísicas y espirituales de las que ese símbolo es expresión”[3]
Así pues, trataremos en este artículo un símbolo puramente geométrico y no procedente de la Naturaleza (como el árbol, el lobo o el jabalí, ya tratados en otros números de Tierra y Pueblo/ Terra Nostra) aunque al igual que la propia Naturaleza su mensaje es intemporal y que como podremos observar, constituye un viático espiritual de primer orden.
Interpretaciones del simbolismo de la Rosácea:
La Rosácea, es una figura geométrica trazada a compás. Su elaboración se basa en que tomando el radio de una circunferencia, podemos dividir su perímetro en seis partes iguales. Así pues, si desde cada una de las seis partes de la circunferencia alzamos el compás, obtendremos los seis ejes de la rueda o los seis pétalos. De ahí que por lo general las primeras representaciones de nuestro símbolo estén inscritas dentro de la circunferencia, dando así el aspecto de rueda. Posteriormente se omite el perímetro y quedan las aspas, destellos o pétalos, pasando a simular una flor de seis hojas.
Comúnmente es denominado este símbolo como Rosácea pero tiene también otras denominaciones como Roseta o Ruedecilla céltica, como veremos a continuación. Así pues nos encontramos que en la historia del arte europeo este símbolo apenas estudiado que se repite hasta la saciedad en diferentes períodos históricos, tendrá una continuidad, digamos “ornamental”, bastante relevante casi hasta nuestros días.
En ambas acepciones o interpretaciones de la rosácea bien como ruedecilla o bien como flor, bien como estrella, el resultado es similar, puesto que nos remiten al simbolismo del centro, ya que aunque la circunferencia no aparezca trazada, “la rueda de seis rayos…no puede dejar por ello de considerarse como inscrita en una circunferencia…es decir, la circunferencia que determina su contorno y su límite”[4]
En la antigua Irlanda, había cuatro reinos y la capital del rey estaba en el centro de la isla y su topónimo era Tara. Esta palabra en sánscrito significa “estrella” y particularmente designa la estrella polar. En galés y bretón “Tarann” equivalen a “trueno” y el dios céltico Taranis era asociado a las tormentas y en sus representaciones galas sostiene una rueda. En sánscrito “Tarani” es una de las palabras que designan al Sol y Shiva es llamado a veces Tara, como equivalente de “aquel que ayuda a pasar del otro lado del río”. “Estos diferentes aspectos hacen de Tara una puerta, un lugar donde es posible la ascensión al mundo celeste”[5]
Por otro lado, la flor por su breve vida “es símbolo de la fugacidad de las cosas, de la primavera, de la belleza”[6]. Según referencias históricas, los griegos y los romanos cubrían de flores a sus muertos antes de llevarlos a la pira funeraria y luego esparcían dichas flores sobre sus sepulcros, no tanto como ofrenda a los difuntos, sino como analogía de la fugacidad de la vida. Esta costumbre se perpetua hasta nuestros días como bien es sabido, pero mayormente en el sentido de ofrenda y de reconocimiento al ser querido, mas que como su “interno” significado. Esto es en lo relativo a la naturaleza de la flor, pero en lo referente a la forma, “la flor es una imagen del “centro” y, por consiguiente, una imagen arquetípica del alma”[7] Y es que un símbolo como la rosácea tan representado en nuestro arte europeo, insisto, y en concreto en nuestra península ibérica, que ha pervivido en el arte ornamental rural, como símbolo mágico propiciatorio o protector es algo más que una bello motivo geométrico. Esta representación de la rosácea como flor nos remite sin ningún género de dudas, en su origen como procedente de una rueda: “Cuando la flor se considera como representación del desarrollo de la manifestación, hay también equivalencia entre ella y otros símbolos, entre los cuales ha de destacarse muy especialmente el de la rueda, que se encuentra prácticamente en todas partes, con número de rayos variables según las figuraciones, pero siempre con un valor simbólico particular de por sí. Los tipos más habituales son la ruedas de seis y de ocho rayos; la “ruedecilla céltica”, que se ha perpetuado a través de casi todo el Medioevo occidental se presenta en una u otra de estas formas” [8]
Por otro lado, R.Guénon nos indica otra correspondencia entre el número de pétalos de algunas flores y el de los rayos de la rueda: Así pues dentro del mundo tradicional indoeuropeo, en Occidente la flor de la nobleza por excelencia, representada por el lirio o también llamada flor de lis en nuestra heráldica, posee seis pétalos al igual que la rosácea o la ruedecilla céltica.
Mientras tanto en la India y por extensión a las tradiciones en su origen aryas como el Hinduismo y el Budismo, la flor por excelencia es el loto, de ocho pétalos, al igual que su rueda de ocho rayos, su “rueda de la vida”. Cabe recordar que la rueda (chakra
) es uno de los símbolos atribuidos a Vishnú, junto con la maza (gada) y la caracola (sankha). Al respecto de una flor de loto y su girar como rueda, un bello relato nos cuenta que Buda reunió a sus discípulos para explicar el Dharma. Sus discípulos es
peraban un sermón, unas palabras y unas explicaciones pero ese día cogió una flor de loto en su mano y la hizo girar como una rueda. Ante todo el gentío allí presente, su discípulo Mahakashyapa en ese instante sonrió e inclinó la cabeza, asintiendo. Había alcanzado la iluminación, el Despertar. De nuevo las palabras limitan: un gesto (girar como una rueda), un signo (la flor) habían bastado para transmitir al príncipe Siddharta su linaje espiritual. Así pues Mahakashyapa se convirtió en el primer sucesor del Dharma del muy venerable Buda Shakyamuni.
Nos recuerda Julius Evola que el budismo pertenece al filón central de la metafísica hindú y que la aspiración del seguidor de la doctrina del Despertar es el destruir la ignorancia -ese sueño, saco de manías y olvido- no aceptando el estado de existencia en el que nos encontramos aquí, es de igual manera análoga “a la del iniciado helénico que bebe de la fuente del recuerdo para reingresar a su naturaleza primordial, semejante a la de los dioses. Queda excluida toda mitología moral. Lo que subsiste es una actitud de centrismo”[9] . De nuevo queda manifiesta la importancia de la idea de la conquista del centro, puesto que su logro significa escapar al cambio perpetuo al que estamos sometidos en el mundo del Devenir (mundo samsárico) y a su rueda. De ahí, tanto en el Hinduismo como en el Budismo la importante figura o estado del “Chakravartin”, “el señor que hace girar la rueda”.
Volviendo al símbolo del que nos estamos ocupando, en tanto que la rosácea como rueda, debemos tener presente que la mayor parte de las veces cuando se nos explica este símbolo por parte de historiadores del Arte, nos remiten a una de las formas elementales del simbolismo de la rueda que siempre nos lo interpretan como de carácter solar. Y en ello no hay objeción alguna si dichos historiadores no caen en describir el culto solar como un simple animismo o “naturalismo”. Según Hermann Wirth, para las antiguas estirpes nórdico-atlánticas, éstas profesaban una religión primordial puramente monoteísta y para ellos la rueda del sol era “el símbolo del Ser Supremo, del Espíritu del mundo como universo, como todo cósmico”[10]. Teniendo presente que el sol es el centro de nuestro sistema planetario, eso implica que el planeta desarrolle a lo largo de un año una rotación alrededor suya. De ahí lo que H. Wirth denomina “das Jahr Gottes in der Natur (el año divino en la naturaleza)”, “die Drehung (la rotación)” y “das Recht (el Derecho)”. En sus obras, H.Wirth recogió entre otros muchos símbolos de origen nórdico-atlántico, a la rosácea.
Quizás de ahí esas representaciones de nuestra Antigüedad, donde el sol es portado sobre un carro de ruedas tirado por un caballo, como por ejemplo del galés de Rhyd-y-Gorse o bien otra variante como el del austriaco de Strettweg-Steiermark. Y posiblemente esto tenga algún eco lejano en las “ruedas de fuego” que se tiran montaña abajo rodando en algunas partes de Europa durante la celebración del Solsticio de Verano.[11]
Significación metafísica de la Rosácea:
Por consiguiente, el propio nombre de la rueda implica como es sabido un movimiento, que es el rotar: la rotación, que es análogo del cambio continuo al que está sujeto todo el mundo manifestado, del mundo “samsárico”, pero que en tal rotación o movimiento “no hay sino un punto único que permanece fijo e inmutable y este punto es el Centro”[12] Es mas, la figura geométrica de la que deriva nuestra rosácea es la del círculo con su centro y su radio: es decir, el Principio como punto central o la unidad: los radios o pétalos emanan de dicha unidad hasta la circunferencia o la manifestación, que sería la multiplicidad . “…si bien el centro es en primer lugar un punto de partida, también es un punto de término: todo ha surgido de él y todo ha de volver finalmente a él. Puesto que las cosas todas existen sino por el Principio (o por lo que lo representa con respecto a la manifestación o a un estado determinado de ésta), ha de haber entre ellas un lazo permanente, representado por los radios uniendo el centro todos los puntos de la circunferencia de vuelta al centro”[13]
Habiéndonos aproximado a las posibles interpretaciones de nuestra rosácea, queda por acercarnos un poco más a su significado profundo, teniendo como premisa todo lo citado anteriormente en sus evidentes relaciones con la flor y la rueda.
Así pues la precisión matemática guenoniana nos ha introducido en este símbolo para revelarnos que “todos los seres, que en todo lo que son dependen de su Principio, deben, consciente o inconscientemente, aspirar a retornar a él; esta tendencia al retorno hacia el Centro tiene también en todas las tradiciones su representación simbólica. Queremos referirnos a la orientación ritual, que es propiamente la dirección hacia un centro espiritual, imagen terrestre y sensible del verdadero <Centro del Mundo>”[14] La ritual orientación exterior tiene una inspiración supra-humana y su función en la orientación interior en el hombre y dado que todos los seres tienen el deber del cumplimiento de la Ley Divina o Norma Universal, de nuevo es reiterado el adagio conocido, de que no se exime en el estado humano de cumplir la ley, sea conocedor de ella (conscientemente) o no lo sea (inconscientemente). Todos estamos sujetos a las mismas leyes micro y macrocósmicas, y por consiguiente nadie puede eludirlas.
Por otro lado Schuon, sin duda alguna, acaba por dar una explicación más nítida de nuestro símbolo: “allí donde está la rotación de la rueda cósmica, allí se produce también la dispersión de las almas, la individuación, con innumerables modalidades; el ego es una consecuencia casi física de la rotación universal. Allí donde está la calma, allí está el acceso al Sí inmutable e indivisible; allí donde está el centro, allí está la Unidad. Y como la rueda cósmica “no es otra cosa” que el Sí, so pena de no tener ninguna existencia, el Sí puede surgir por todas partes como milagro salvador”[15]
Y es que el símbolo actúa de manera análoga a lo que en Oriente es considerado el “mandala”. El objetivo último de todo símbolo es conducirnos a la concentración pura, más que fijar en la mente un objeto o idea. Es la disipación de toda distracción, es el sentir la presencia y la gracia divina, el encuentro con la clara luz del ser.
Concluyendo, Schuon dice que en todos los pueblos antiguos y pueblos tradicionales en general, su existencia estaba dominada por dos ideas claves: la de Centro y la de Origen. Los comportamientos de estos antiguos pueblos se explicaban directa o indirectamente por estas dos importantísimas ideas, ya que eran punto de orientación en el mundo sin medida y peligroso de las formas y del cambio. “Ser conforme a la Tradición es permanecer fiel al Origen y por ello mismo es situarse en el Centro; es permanecer en la Pureza Divina y en la Norma Universal”[16]
Derivaciones y paralelismos de la Rosácea:
La Rosácea tiene por supuesto sus derivaciones dentro de nuestro arte europeo, siendo ampliamente conocidas sus dos variantes: Una como crismón cristiano y otra como rosetón.
El crismón cristiano aparte de ser junto con el pez, uno de los primeros símbolos cristianos, mucho antes de ser considerada la propia cruz y todo lo que ella encierra, expresa y representa, es sin duda el símbolo mayormente empleado por los primitivos cristianos. Y es que el anagrama de Cristo, es decir, las dos primeras letras griegas de la palabra “Khristos” son las primeras muestras figurativas del arte paleocristiano. Según Guénon habría que distinguir entre el crisma simple y el crisma “constantiniano”. El primero sería la unión de las letras griegas X e I y el segundo de las letras X y P.[17] “In hoc signo vinces”, fue esta la visión de aquel emperador romano llamado Constantino, para declarar religión oficial del Imperio al Cristianismo y comenzar la clausura de los cultos y ritos paganos.
Algunos autores ven en el crismón un origen pagano, sin duda alguna, puesto que ya aparece representado en monedas aqueas y en medallas romanas muy anteriores al cristianismo. [18] La evolución de la Rosácea en el arte europeo como se ha mencionado anteriormente, deriva en los rosetones de las iglesias y catedrales. Esa abertura dentro de la estructura arquitectónica románica y gótica,[19] que llena de luz y colorido el recinto sagrado, a nuestros templos cristianos europeos. El simbolismo del rosetón en la iglesia o catedral cristiana tiene esa doble función, la apertura y la iluminación interior de recinto y en particular del altar, así como la del fiel capaz de comprender.
Algunos historiadores han relacionado el motivo de la rosácea con un Paraíso Astral, el “otro Mundo” al que las almas de los difuntos van a descansar e incluso con la filosofía pitagórica y sería así la rosácea un símbolo que incitaría a descubrir la “divina proporción” del “número áureo”. También hay quien relaciona la rosácea con el trébol del patrón de Irlanda, Cothraige “el servidor de los cuatro”, conocido en su forma latinizada como San Patricio. Y es que las hojas de un trébol partidas por la mitad nos darán la figura de la roseta de seis pétalos. Según cuenta la leyenda, cuando San Patricio evangelizaba Irlanda, para explicar el misterio de la Santísima Trinidad -dogma cristiano y revelación de la intimidad profunda de Dios- utilizó un trébol como ejemplo práctico para la explicación de ese ternario[20] y de ahí que el trébol sea una de las enseñas representativas de la verde Éire.
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Los trazos del crismón son prácticamente semejantes, por no decir idénticos a los de una runa: la runa Hagal. Como es sabido, la runa Hagal es la conjunción de dos runas: la runa de la vida (Man) y de la runa de la muerte (Yr). Es semejante a las ramas y raíces del árbol sagrado Irminsul, Yggdrasill. Es la runa del invierno, donde la muerte-frío y el renacer-calor se funden y hacen brotar al Hombre resucitado. También hay autores quienes ven en el crismón constantiniano la fusión de las runas Hagal y Thorn.
Arte y Arqueología de un símbolo europeo:
A lo largo del mundo antiguo céltico, romano y germánico es donde se expande este símbolo, por lo tanto su extensión se produce en buena parte de Europa (Irlanda, Francia, Suiza, Alemania, Italia…). Pero nos centraremos en unos ejemplos y referencias de la existencia de la rosácea a lo largo de los diversos momentos culturales dentro de nuestra península ibérica donde encontró mayor difusión, especialmente en el norte:.Galiza, Asturias, León, Zamora, Soria, Burgos, Cantabria, Vasconia, Norte de Portugal y hasta el sur en Cádiz.
Lógicamente tenemos que empezar por la cultura céltica Castrexa, donde encontraremos nuestro símbolo-ornamento en la orfebrería, piezas de tipo militar, en elementos arquitectónicos, en cilindros decorados, monumentos funerarios y en elementos de trabajo de la casa, principalmente.
Cumple recordar que para los celtas, tanto como el bardo, el armero y el orfebre eran los artesanos de su gloria y garantes de su prestigio. En este caso, el orfebre trabajaba el metal noble para el hombre y la mujer de rango elevado, siendo de destacar los torques para los hombres y las diademas, arracadas y brazaletes para las mujeres. Pues bien, tanto en el caso de las diademas, tenemos un bello ejemplo en la “Diadema áurea de Vegadeo”, cuya decoración es una muestra donde se prodigan los discos radiantes o rosáceas concatenadas y svásticas. En el caso de los torques, igualmente los encontramos diseñados en sus puntas (ejemplos en el Museo Arqueolóxico de Lugo)
En la cerámica tenemos muestras en la citania de Briteiros y en la Cividade de Terroso (Museo do Porto) y en los cilindros que protegían las entradas a la casa, tenemos en la desembocadura del río Miño, en la citania de A Guarda (Sta. Tegra) con abundantes muestras donde aparecen la rueda, la rosácea y diferentes tipos de espirales, trísqueles y svásticas. Otros ejemplos los tenemos en: Sanfins, Sta. Mariña de Augas Santas, San Cibrao de Lás, Outeiro de Baltar, Morgade, S. Adriâo, Troña, Oldrôes, Vilar, Rubiás, Paderne, Afife.
A partir de los siglos I al IV, con la romanización de la península, es especialmente empleada la rosácea en las estelas funerarias celto-romanas, aparte de su utilización en mosaicos, pinturas y cerámica, donde tenemos muchísimos vestigios de su utilización. De nuevo su difusión se extiende desde Cantabria, Burgos, Zamora, Extremadura, Galiza, Norte Portugal, Burgos, León, Vasconia. Ya en tiempos del asentamiento definitivo de los romanos en nuestra península, debemos destacar los temas representados en las estelas funerarias. Si bien una constante en estas estelas es su relación con el sol y la luna, igualmente curiosos son los temas labrados, que tienen que ver bien con animales como el jabalí (p. e. Sansueña- Zamora), el ciervo y el caballo (animales venerados especialmente en el mundo céltico), bien con banquetes, escenas de vendimia, caza, bien con instrumentos de canteros o carpinteros, o bien con embarcaciones, árboles y demás elementos vegetales. Buenas muestras y numerosas estelas las encontramos en Vigo, en el Museo de Castrelos, en los Museos Arq. de Coruña o de Zamora, por citar tan solo unos ejemplos. Y es que para algunos historiadores, el mundo de las estelas galaico-romanas será el punto de partida y de conexión con la filosofía griega y especialmente la de Pitágoras. “Priscilianismo, culturas suévicas y visigodas, cruzadas y peregrinaciones a Compostela, templarios, rosacruz… irán dándole importancia y manteniendo el latir simbólico y ornamental de la rosácea”[21]
No debemos olvidarnos dentro del arte tardo-romano, de un monumento de especial interés como es el antiguo templo pagano y reconvertido en la iglesia de Sta. Eulalia de Bóveda (Lugo), donde la rosácea aparece vinculada al igual que en otras estelas funerarias (Areal en Vigo), a la luna en creciente, que para algunos antropólogos tendrá un significado o un carácter “mágico profiláctico”.
La pregunta de qué es lo que han significado para los antiguos celtas peninsulares y romanos los símbolos que representaban, ya se la planteaban los recuperadores de nuestros vestigios arqueológicos a principios del siglo XX: “¿el conjunto de estos símbolos representaba divinidades en las que se creía y a las que se adoraba, o eran solo figuras amuléticas o acaso adornos derivados de un culto ya muerto? ¿Los discos, las ruedas, los suásticas que se ven en el monumento funerario de Briteiros y en estelas de época romana, tenían algo que ver,… con la creencia en la vida astral de las almas de los muertos o recordaban la fuerza vivificante del sol que hace resucitar periódicamente la naturaleza? ¿Eran señales de una fe aún viva o bien, perdido en parte o en todo su sentido religioso, eran sencillos amuletos o solamente decoraciones banales como lo son actualmente las ruedas y las estrellas que se esculpen en las losas sepulcrales de los atrios campesinos? [22] La teoría de un innegable culto solar se ve reforzada ya desde los tiempos de los megalitos, donde la orientación del corredor de entrada del dolmen se orienta, diríamos ritualmente, hacia el naciente. Y es que hay una estrecha relación entre el Norte y el Este por un lado como por otro entre el Sur y el Oeste. Parafraseando a Christophe Levalois, diremos que la luz del Este se desarrolla y surge de las potencialidades de las tinieblas del Norte. Y en lo que atañe a la simbología utilizada por la Cultura de los Castros, es mas que evidente su relación con las culturas del bronce nórdico e introducida aquí con las formas hallstáticas.[23]
Entre los suevos y visigodos, este símbolo perdura y continúa representándose dentro de sus iglesias y varias son las muestras, siendo de destacar las maravillas de la “herética” Quintanilla de las Viñas (Burgos), Sta. María de Lebeña (Cantabria), San Miguel de Lillo (Asturies) o San Miguel de Celanova (Ourense). En el Museo Arq. de Sevilla también tenemos muestras visigóticas de la rosácea en un telante de altar de los siglos VI-VII. Del periodo suevo-visigodo y prerrománico perdura nuestra rosácea hasta el románico, siendo su empleo y difusión igualmente difundida especialmente en la arquitectura de las iglesias, en sus pórticos y frisos generalmente, pero también apareciendo sobre un animal en la cruz de la portada del templo. También tenemos ejemplos del uso en frisos de la rosácea en la ornamentación románica como por ejemplo en dos joyas arquitectónicas del románico rural galaico como son Vilar de Donas (Lugo) y Sta. María de Cambre (Coruña), así como en grandes monasterios como en Sobrado dos Monxes (Coruña).
Y es hasta aquí, el empleo de la rosácea en el arte sagrado, a partir de este período la rosácea se ve relegada al arte popular rural, donde pervive como símbolo protector y profiláctico (al igual que la svástica, por ejemplo), de la aldea y de la comunidad, de la casa y la familia, de los enseres de trabajo, de los animales… Es el declive de la comprensión del símbolo en su interpretación culta y pasa a ser interpretado dentro de un paganismo de “tercera función”: pasa a ser rural y popular, pervive en la intimidad de la familia y en el pueblo, donde los ecos lejanos de la Tradición y el legado simbólico de los antepasados, malvive y fenece.
Federico Traspedra
Samaim 2005
[1] “Los Estados Múltiples del Ser” R. Guénon. Ed. Obelisco. Barcelona 1987. Pág. 9
[2] “Imágenes del espíritu: Shinto, Budismo, Yoga” Frithjof Schuon. Ed Olañeta, Palma de Mallorca 2001. Pág. 11
[3] “Perspectivas Espirituales y Hechos Humanos” Frithjof Schuon. Ed. Olañeta Palma de Mallorca 2001. Pág. 85
[4] “Símbolos fundamentales de la Ciencia Sagrada” René Guénon. Artículo “Los Símbolos de la Analogía”. Eudeba Buenos Aires 1988 Pág.277
[5] “La Tierra de Luz” C. Levalois. Ed Obelisco. Barcelona 1989. Pág. 83
[6] “Diccionario de Símbolos” Eduardo Cirlot. Madrid 1988 Pág.212
[7] Op.Cit. E. Cirlot, Pág. 212
[8] “Símbolos fundamentales…” Artículo “Las flores simbólicas”. Pág. 64
[9] “La Doctrina del Despertar” Julius Evola. Ed. Grijalbo México D.F. 1998. Pág. 29
[10] En sus obras “Aufgang der Menschheit”/ “Um den Ursinn des Menschheit” Hermann Wirth.
[11] Op. Cit. E.Cirlot Pág. 394
[12] “Símbolos fundamentales…” Op.cit. R.Guénon, artículo “La idea del Centro en las tradiciones antiguas” Pág. 56 y también en “La Gran Triada” Ed. Obelisco Barcelona 1986 Pág.182
[13] “La Gran Triada” Op. Cit. Pág. 182
[14] “Símbolos fundamentales…” Op. Cit. Pág. 60
[15] Op. Cit. F.Schuon, Pág. 77
[16] “Miradas a los mundos antiguos”. Frithjof Schuon. Ed. Taurus
[17] “Símbolos fundamentales…” Artículo “El cuatro de cifra” Pág. 356.
[18] “Consideraciones sobre el Crismón Románico” A. Almazán de Gracia. Revista de Soria. Nº24. Diputación de Soria 1999.
[19] “Símbolos fundamentales…” Pág. 64
[20] “A Rosácea: Arqueoloxía e simboloxía dunha figura geométrica” Felipe Senén. Brigantium nº2, A Coruña 1981.
[21] F.Senén, Op. Cit. Pág. 84
[22] “La Civilización Céltica de Galicia “ F. López-Cuevillas Ed. Istmo Madrid 1988, Pág.301
[23] “Formas tempranas Gallego-Portuguesas” J.M. Vázquez V. Ed. Do Castro A Coruña 1974.
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