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jueves, 9 de febrero de 2012

ATLANTISMOS, CRUZADAS, EJES DEL MAL Y OTRAS COARTADAS, por Enric Ravello


La caída del muro supuso un cambio de paradigma geopolítico a escala planetaria.  El mundo bipolar y sus equilibrios habían pasado a la historia, y la potencia vencedora de la Guerra Fría, los Estados Unidos, pretendía convertirse en el poder único y hegemónico en el nuevo tablero internacional,  en eso consistía el mesiánico Nuevo Orden Mundial proclamado por G. Bush.
A pesar de victoria en la Guerra Fría y de su enorme potencia político y militar, los Estados Unidos necesitaban del apoyo de sus aliados para establecer el pretendido ejercicio del poder omnímodo a escala planetaria.  Sin embargo Europa, terminada la presión soviética, constató que sus intereses respecto a Estados Unidos eran cada vez más divergentes, y la potencia norteamericana pasó paulatinamente de ser concebida como el supuesto  paraguas protector contra el comunismo a percibirse como un rival económico y político. En este contexto, los ideólogos del Pentágono intentan reforzar sus posiciones, manipulando y popularizando la famosa teoría del británico Samuel Huntington conocida como “Choque de Civilizaciones”. Curiosamente en las “civilizaciones” que establece esa teoría Europa no aparece como una unidad, sino que está dividida en dos: la parte oeste que junto a Estados Unidos constituye la “civilización occidental; y la Europa del este que junto a Rusia es la “civilización ortodoxa”. La manipulación ideológica de esta taxonomía, es detectable por un niño de la ESO. Por supuesto otra de las civilizaciones  que entra en el juego de los “choques” es la turco-árabe. Implícitamente la coartada está clara: Europa occidental tiene que apoyar a los Estados Unidos porque juntos pertenecen a la misma civilización en inevitable coche con las otras (Rusia, mundo islámico, China), que casualmente son los potenciales enemigos de Estados Unidos, pero no de Europa, de la que Rusia es parte integrante.

Tras los atentados del 11S, Estados Unidos encuentran la argumentación perfecta para lanzar una campaña militar cuyo objetivo real es el control de las zonas petrolíferas del golfo (Irak) y de la ruta de la seda por la que aún hoy fluyen materias primas, armas y sobre todo heroína (Afganistán). Para los Estados Unidos, los atentados del 11S son obra del islamismo wahabita afgano (que ellos mismos habían organizado y armado contra la Unión Soviética), y esto justificaría no sólo su intervención en Afganistán, sino también en un país gobernado por un régimen no islamista sino laico, nacionalista y socializante como era el Irak de Saddam Hussein. El frágil argumento de la “cruzada contra el islam” era lanzado urbi et orbe. El objetivo era que las opiniones públicas de los países europeos, toda ellas con un fuerte rechazo hacia la inmigración musulmana, apoyasen que sus gobiernos se aliasen con los Estados Unidos en una agresión unilateral a países soberanos como eran Irak y Afganistán. Para remarcar un poco más la falacia de esta pseudocruzada conviene recordar que Estados Unidos mantenía y mantiene las mejores relaciones de todo tipo con las dos principales monarquías integristas del mundo: Arabia Saudita y Qatar.

Sin embargo las aventuras bélicas del Tío Sam, que sólo buscaban su propio beneficio, no fueron acogidas precisamente con entusiasmo en las cancillerías europeas. Ni Jacques Chirac ni Gerhard Schöeder parecían precisamente enrolarse con entusiasmo en invasiones de aquel Irak anatemizado como parte de lo que se llamó ni más ni menos que “Eje del mal”.  Ambos sabían que implicarse en esa guerra no iba reportarles ningún beneficio y sí enfrentarse a sus respetivas opiniones públicas muy contrarias a la intervención en Irak. Fue precisamente entonces cuando en series y películas producidas en Hollywood empezaron a aparecer películas con “malos” franceses  a los que la “opinión pública” americana empezó  a llamar despectivamente  french frites, (lit. franceses/as fritos, que es el término usado en Estados Unidos para referirse a las patatas fritas).